La caminata dura cuatro días y une esos pequeños pueblos salteños por senderos que suben, bajan y serpentean entre montañas de colores y ríos.
“Como hicieron los incas hace cientos de años, unimos los pueblos de Iruya y Nazareno, pequeñas poblaciones de origen kolla, enclavadas entre los cerros, a pie. Pertenecen a Salta pero se acceden desde Jujuy: Iruya desde Humahuaca y Nazareno desde La Quiaca”, es uno de los párrafos introductorios a la crónica que Patricia Ramírez publicara en LA NACIÓN el domingo pasado para relatar la travesía de 10 personas que se conocieron la noche anterior a la partida en un hostel de Humahuaca.
“Partimos a media mañana en bus hacia Iruya. La distancia que se recorre es de 50 kilometros aproximadamente, pero se tarda 3 horas, por el tipo de camino muy sinuoso y de ripio”, dice el relato antes de pincelar el paisaje de la bella Iruya. Luego empieza el relato de la travesía que empieza saliendo del pueblo río arriba hacia el norte y siguiendo el cauce.
“Seguimos el recorrido por el cauce de un río seco que estaba entre montañas. Cada paso se hacía más extraño porque el cauce se volvía más cerrado, como si estuviéramos dentro de una cueva, sorteando por momentos grandes piedras que interrumpían el camino, con inmensas montañas que me hacían sentir pequeña”, enfatiza la crónica que recuerda que en el norte argentino los senderos son muy inestables por la erosión del viento y la lluvia, razón por la cual es fácil confundirse de camino si uno no es lugareño. Ya en el Abra del Colorado el paisaje se amplía y los cerros dejan ver sus colores rojos, naranjas y verdes. Desde allí se comienza un descenso tranquilo hasta alcanzar el río San Juan, desde donde comienza un nuevo ascenso que por momentos es tan empinado que obligó a cambiar de camino, aunque siempre en dirección al mismo destino. el poblado de Chiyayoc, a 3100m de altura donde tras un baño rápido y frío se duerme.
Al amanecer y tras el desayuno, se retoma el camino ascendiendo hasta el Abra de Chiyayoc, a 3700m. que como todas es un corte transversal en una cadena montañosa, producido tanto por sismos como por las aguas de un río, que habitualmente es usado para franquear la cordillera.
“Desde allí descendimos hasta llegar al poblado de Rodio, a 3000m dónde almorzamos. Por la tarde continuamos nuestro trekking con cielo despejado y el paisaje fabuloso, lleno de montañas multicolores: rojos, verdes y amarillos a pleno”, relata la cronista que precisa que desde allí se inicia un descenso prudente. “Faldeamos hasta alcanzar el valle del río Trancas. Desde allí retomamos el ascenso, alejándonos del pequeño poblado de Trancas. Una vez en el filo apreciamos una hermosa vista del pueblo de Rodeo Colorado. Más descenso hasta el río Pera, donde nos cruzaron las mulas que llevaban nuestras cosas. Finalmente llegamos a Rodeo Colorado, a 3000m”.
Allí hay una casa donde se merienda primero y luego se organizan los turnos de bañarse y los lugares de las camas. El camino del día siguiente “se inició con una primera hora de ascenso y alcanzamos el pueblo de Abra del Sauce, a 3250m. Una vez allí descendimos por una amplia ladera hasta el poblado de Molino, con una impresionante vista del valle del río Nazareno. Desde aquí comenzamos a remontar el valle del río hasta nuestro lugar de acampe. Tuvimos que vadear el río (cruzar varias veces por el agua) por lo cual nos cambiamos de calzado. Pusimos el equilibrio a prueba para no caernos porque había partes profundas. Dos horas después llegamos al sitio donde íbamos a acampar. Cada uno armó su carpa y los guías se encargaron de la carpa comedor. Uno de los guías se lució con unos fideos con crema, y la noche también se presentó superestrellada aunque la luna no se pudo ver porque quedó tapada por la montaña”.
Al día siguiente nos levantamos temprano, acomodamos todas las cosas para que pudieran salir las mulas antes que nosotros. Última etapa de la travesía a pie: caminamos por el lecho del río, un sendero muy pedregoso y con bastante agua, pero bastante bien marcado con piedras (…) Seguimos durante más o menos 5 horas, con pausas cada vez que necesitábamos unirnos, descansar y comer. Nos esperaba la última subida para acceder al pueblo de Nazareno. Una subida intensa, con pasos cortos y continuos, regulando la respiración para mantener la marcha. Cuarenta minutos después llegamos a la entrada del pueblo y con una emoción increíble nos abrazamos por compartir la experiencia. Con el último aliento llegamos al hostel donde nos esperaba Nicanor”.
“Luego de un baño reparador, descanso y unas buenas cervezas frías cerramos nuestra travesía con un riquísimo asado cocinado por los guías. Un gran broche de oro”, finaliza el escrito.