martes 14 de mayo de 2024
7.5 C
Salta

Colapso sanitario | Joven con COVID muere sin recibir la atención necesaria

Lara Arreguiz, de 22 años, estuvo nueve horas en el piso del nuevo Hospital Iturraspe de la capital santafesina antes de que la derivaran. Una mujer le entregó una campera para tratar de resguardarla del frío. El relato de sus padres.

Lara Arreguiz tenía 22 años y vivía en Esperanza, una ciudad cercana a la capital de Santa Fe y sede de las facultades de Ciencias Agrarias y de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) conde la joven estudiaba veterinaria. Vivía con tres perros, dos gatos y dos víboras. Mascotas que ya fueron adoptadas por amigos y familiares.

Era insulino dependiente y la noche del jueves 13 de mayo empezó a sentir los síntomas mientras hablaba por WhatsApp con Alejandro, su papá. Él le preguntó cómo estaba y ella le respondió que con mucha tos. Al otro la tos empeoró llamó a su papá y a Claudia, su mamá, para que la vayan a buscar. Se hospedó en la casa de la madre que le practicó nebulizaciones y pufs sin resultado alguno. Lara manifestaba que seguía ahogada y fue llevada al Hospital Protomédico Manuel Rodríguez, un centro de hisopado que funciona en la ciudad de Recreo. Los sanatorios privados, entendieron, no iban a recibirla con síntomas compatibles con coronavirus.

En el Protomédico los padres comprendieron que eso del colapso sanitario era cierto: no había camas disponibles. Eran las siete de la tarde del domingo. La sentaron en una silla de ruedas y estuvo cuatro horas con asistencia de oxígeno. Le pidieron que volviera el lunes a las 8:30 con un turno para hacerle unas placas y el hisopado correspondiente. “Tenía covid. Las placas dieron pulmonía bilateral, en solo dos días fue impresionante cómo avanzó la enfermedad y le tomó ambos pulmones, por eso se ahogaba”, contó el papá en diálogo con el medio local Infomercury.

“Le dieron un antibiótico vía oral y nos dijeron que no tenían las condiciones para atender a un paciente de alto riesgo como ella”, relató la mamá. Les indicaron regresar a casa, darle una pastilla cada ocho horas durante una semana y continuar con las nebulizaciones. Les recomendaron consultar en el Hospital Iturraspe la disponibilidad de camas en caso de agravarse el cuadro. Estuvieron solo quince minutos en su casa: Lara empezó a ahogarse de nuevo. Eran las doce del mediodía cuando llegaron al nuevo Hospital Iturraspe, calificado por la gobernación de Santa Fe como el más moderno del país. Volvieron a comprender que la saturación del sistema de salud es cabal.

Era lunes: tercer día desde la aparición de la sintomatología. “Tuve que decirle tres veces a la persona de admisión que por favor la haga pasar. Ella estaba muy descompensada, me decía que se desmayaba”, contó Claudia en diálogo con Infobae. La sala de espera estaba abarrotada de gente. La habían dejado ingresar porque su hija no podía manejarse por sus propios medios, Lara no era capaz ni de contar lo que estaba sintiendo.

Una enfermera la atendió. Le hizo una serie de preguntas y le pidió que esperara en el hall de entrada. Lara estaba ahogada, le faltaba el aire, le costaba respirar. Quería recostarse. Claudia vio una camilla en el pasillo y le preguntó a los enfermeros si podía utilizarla para que su hija descansara. Se la negaron por protocolo. “El piso estaba frío y sucio, pero ella se acostó igual”, narró la mamá. Una señora la vio y se compadeció: se sacó su campera y la tapó.

“Ahí le saqué una foto de la indignación que tenía. Cuando pasó un médico y la vio, yo le dije que ‘acá la gente no se muere por covid, se muere por la ineficiencia de las personas’”. Claudia estaba furiosa con la indiferencia y la falta de empatía de los profesionales. Dice que nadie de los que estaban en la sala de espera lucía tan descompuesto como Lara, quien ya tenía la confirmación del diagnóstico y un cuadro de riesgo con su dependencia por la insulina.

Un médico, finalmente, la convocó a su consultorio. Lara tenía ganas de vomitar de la fuerza que hacía para toser. El doctor le recetó un antibiótico suplementario y le sugirió a la madre que le siguiera dando puffs en su casa. Claudia no aceptó: quería que a su hija la internaran. El médico aceptó. Lara quedó atendida en una sala de consulta y Claudia regresó a la sala a esperar.

Habían pasado ya cuatro horas desde su ingreso al nuevo Hospital Iturraspe. Estuvieron otras cinco horas más. En ese lapso, a su hija la asistieron con oxígeno y le tomaron nuevas radiografías. La asistencia respiratoria logró calmarla. Por WhatsApp le pidió a su mamá que le llevaran algo para comer. Un enfermero le alcanzó un yogurt que le había comprado Claudia, quien seguía esperando afuera.

A las nueve de la noche, llegó una ambulancia. Lara salió del hospital con el suero en la mano sin ningún parte médico y sin la ayuda de ningún médico de la guardia. Claudia la sostuvo para subirse a la camilla. Un enfermero de la ambulancia le cuestionó la manipulación de una paciente con diagnóstico confirmado. Le respondió que es su hija y que la va a ayudar siempre. Fue la última vez que la vio.

El lunes por la noche ingresó al viejo Hospital Iturralde. Ese día, el director de Salud de la provincia de Santa Fe, Rodrigo Mediavilla, aseguró que ya no había camas críticas disponibles en Rosario, Santa Fe y Rafaela. El martes una doctora y una asistente social se comunicaron con los padres para enseñarles el cuadro clínico y coordinar las visitas. Alejandro, que ya había tenido covid-19, podría acercarse al centro de salud. El miércoles la paciente ingresó en sala intermedia para controlar la insulina mediante una bomba de hidratación. El jueves su glucemia ya se había controlado, pero su sistema respiratorio estaba muy dañado: el virus había tomado sus pulmones.

“Las enfermeras nos decían que nos tranquilicemos, que ella era una chica joven y fuerte. Yo la iba a visitar todos los días, solo quince minutos mediante una ventana, era muy duro verla ahí sola sin poder hacer nada”, relató Alejandro. El jueves le enviaron un mensaje del hospital preguntándole si quería ir a visitarla. “Me pareció raro, olía que algo malo podía estar pasando. Ella me había pedido que le lleve manzana rallada, una musculosa y una toalla, así que preparé un bolsito y me fui para allá. Cuando llegué estaba de costado, muy mal, con una máscara de oxígeno. Me miraba y me hacía señas de que estaba ahogada. Yo me quebré, no podía verla así. Vinieron unos enfermeros y me dijeron que ella me tenía que ver bien”.

Cuando volvió a su casa, le dijeron que la habían pasado a terapia intensiva y que la había entubado. “Ahí el mundo se me vino abajo. Nos volvieron a decir que nos quedáramos tranquilos, que era joven, que iba a salir adelante”, recordó. A las tres de la mañana del viernes 21 de mayo le avisaron que su hija había muerto luego de sufrir tres paros. Él llamó a la mamá y le dio la noticia.

Archivos

Otras noticias