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5 de febrero de 1975 | Operativo Independencia, combate de Manchalá y terrorismo de Estado

Hace 44 años el general Acdel Vilas convertía a Tucumán en preludio de lo que Videla replicaría en el país un año después. En ese marco ocurrió el combate de Manchalá que algunos macristas salteños tildan de heroico. (Daniel Avalos)

Andrés Suriani y Martín Grande fueron abanderados de una causa que el primero impulsó desde el Concejo Deliberante y el segundo desde los medios de comunicación en el año 2016. El primero dijo que reivindicar Manchala era un “deber patrio, la defensa de la bandera y la integridad nacional”. Así rezaba el texto de la ordenanza aprobada para rehacer un monumento que había sido demolido por reivindicar el terrorismo de Estado. Un posteo celebrado en aquellos celebraba así: “Los bravos soldados manchaleros de la mano de los concejales de Salta volvieron a vencer al terrorismo colocando la historia por encima de la memoria! En la batalla cultural el relato vuelve a crujir”. Al texto lo acompañó una foto en la que Suriani posaba junto a personas que habían sido conscriptos al momento del enfrentamiento que acá insertaremos en el proceso que lo hizo posible.

Pero volvamos a ese texto que presumía de sintetizar una Verdad con 34 palabras, asegurando que ello representaba el triunfo de la Historia sobre la memoria. Había allí un absurdo: asegurar que el desagravio a Manchalá suponía un triunfo de la historia sobre la memoria cuando lo que Suriani y su proyecto recogieron las memorias de una docena de exconscriptos que fueron piezas de un plan que no diseñaron y sobre el que no podían incidir. Existen, además, diferencias entre la memoria y la historia. La primera es un ejercicio que reevalúa el pasado desde la experiencia vivida; la segunda busca explicar un proceso a partir de materiales que trascienden a las memorias individuales. Y lo que historiadores confirmaron tras años de investigaciones volcadas en artículos, textos académicos, ponencias de congresos o libros, fue justamente aquello que los envalentonados políticos procastrenses impugnan gracias a una coyuntura en donde los pedidos de rever los juicios de lesa humanidad y reevaluar el pasado goza de buena salud.

Recurramos entonces a la Historia para analizar el Operativo Independencia en el que se enmarcaron escaramuzas como las de Manchalá. Digamos que empezó cuando el ejército desembarcó en Tucumán con 5000 hombres. Antes de hacerlo advirtió al gobierno de Isabel Martínez de Perón que para combatir a la guerrilla rural el código procesal constitucional no les servía. Por ello demandaron la utilización de trámites sumarios hasta que el 5 de febrero de 1975, el deshilachado gobierno de Isabel firmó un decreto que facultaba al ejército “a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”.

Arribó entonces a Famaillá un general de la Quinta Brigada del Ejército. Su nombre era Acdel Vilas. Un militar que, en vez de subir al monte para aniquilar subversivos, ordenó requisar cada una de las casas de los pobladores sospechados de simpatizar con los guerrilleros. Traducido: la estrategia del “heroico” Acdel Vilas no era combatir cuerpo a cuerpo con los guerrilleros, sino desatar la furia represiva contra la población. Un exdirigente del ERP -la guerrilla que Vilas debía aniquilar- admitió que la estrategia “no por cruenta fue menos inteligente (…) si la regla de la lucha guerrillera era que debía moverse en el pueblo como pez en el agua, el general Vilas decidió pescar quitando el agua al pez. Y lo logró” (Luis Mattini: Hombres y mujeres del PRT).

La procedencia de quien escribió ese libró sirvió para que algunos adujeran que la versión era una mentira difundidas por los “terroristas vencidos”. Olvidan estos una entrevista que el propio Vilas otorgó en el año 1983 y que fue recuperada por el portal Infobae el 28 de enero pasado: “El siniestro general Acdel Vilas, el ‘aniquilador’ de la guerrilla de Tucumán al que Bussi le robó todo”. Ante la consulta sobre cómo eran los combates con la guerrilla, Vilas dio la razón al ex guerrillero aclarando que él evitaba los combates porque aun contando con más hombres y mejor preparación militar, lo que había que hacer era “aniquilar su base de apoyo y logística en los pueblos. Ahí nos concentramos y dio resultado. La clave era no desgastarse en combates inútiles, sino asfixiarlos cortando su fuente de abastecimiento y de información. Sabíamos que si arrasábamos con todo eso, el trabajo en el monte iba a resultar más sencillo. Así lo planeé y así salió”.

Convengamos: Acdel Vilas no inventó nada, se limitó a aplicar las enseñanzas de los teóricos de la contrainsurgencia francesa que la sanguinaria OAS (Organización de l’Armée secret) habían aplicado en las guerras de Indochina y Argelia. Por eso mismo el terrorismo de Estado comenzó en Tucumán con ese operativo que aniquiló a hombres y mujeres identificados como potenciales subversivos empleando métodos abiertamente cruentos con el objeto de infundir en la sociedad un terror que la paralizara. Ello explica también otra cosa: los resultados de la investigación desarrollada por una Comisión Bicameral de la Legislatura de Tucumán que informó que durante 1975 (el periodo del Operativo Independencia) se produjeron en esa zona de Tucumán 123 secuestros de personas, que de ese total 77 fueron desaparecidas, 14 asesinadas y 32 liberadas.

Operativo Independencia que también inauguró otra herramienta macabra que luego Videla multiplicaría: la escuelita de Famaillá que – cerrada en febrero por vacaciones – devino en sede del comando táctico de las tropas y en Centro Clandestino de Detención; el lugar donde las torturas degradaban al prisionero y en donde el torturador, torturando, se entregaba a un sadismo sin retorno. Todo ello explica que cuando otro carnicero – el general Domingo Bussi que reemplazó a Vilas en diciembre de 1975 – asumió el cargo emitiera un discurso publicado por los medios de entonces y recogido por los libros de historia después. Un discurso que en lo central adelantaba que continuaría lo iniciado por Vilas: “Aún resta detectar y destruir a los grandes responsables de la subversión desatada, a aquellos que, desde la luz o desde las sombras, valiéndose de las jerarquías, cargos o funciones logrados, atentan día y noche contra las estructuras del Estado, y aquellos otros que, con su hacer o no hacer, encubren, cuando no protegen a estos delincuentes que hoy combatimos” (Anguita – Caparros: “La Voluntad”, Edit. Norma. 1998, página 615).

Esa estrategia fue la que generó Manchalá cuando más de cien guerrilleros bajaron del monte un 28 mayo de 1975. El objetivo era atacar el comando ubicado en la escuelita de Famaillá. Se trasladaban en camiones precedidos por dos camionetas que fueron sorprendidas por una patrulla del ejército que al atacarlas cortó la columna guerrillera en dos. Los que viajaban en los camiones quedaron aislados de la zona del combate y de allí que los 143 guerrilleros que según la versión castrense se enfrentaron con pocos soldados, quedaron reducidos a 26 según los testimonios de los exmiembros del ERP. ¿Importa dilucidar la aritmética de la lucha? Para los analistas que extraen de los combates enseñanzas táctico-operativas sí. Pero no sirve de nada si lo que se pretende es explorar el desarrollo de un proceso político que marcará a fuego a todo un país.

De allí que Manchalá no puede leerse como un hecho digno de rememoración porque allí había conscriptos salteños. El argumento es tan estrafalario como lo sería reivindicar el Golpe de Estado de 1930 porque lo dirigió un salteño. Manchalá es un hecho inscripto en la linealidad de una época en donde las fuerzas armadas prepararon lo que luego el golpe del 76 perfeccionó: la planificación de la tortura y la muerte hasta llevarla a niveles nunca vistos.

Otra vez el testimonio de Acdel Vilas puede confirmarlo: consultado en esa entrevista sobre cómo aplicaba la estrategia contrainsurgente, él respondía sin acomplejarse del siguiente modo: “Nosotros sabíamos que, por ejemplo, en una capilla, se escondían elementos subversivos. Nos hacíamos presentes para solicitarle al sacerdote un permiso para revisar el lugar, pero en general los curas nos decían: «General, no puede pasar, esta es la casa de Dios» (…) Entonces volvíamos de noche. Con tropa de uniforme de combate, pero sin identificación, con pasamontañas para ocultar los rostros. Entonces pateábamos la puerta, entrábamos y nos llevábamos a los subversivos. Listo. Fin de la cuestión”. Cuando le recuerdan que eso no era legal, Vilas respondió: “Es fácil hablar ahora, con elecciones a la vista (se refería a las de 1983). Pero si las hay, esté seguro de que eso es posible porque nosotros evitamos una Argentina comunista”. Ante tamaña confesión, le preguntaron qué hacían entonces con los prisioneros: “Mire, combatir contra un enemigo que se escabulle y se invisibiliza es muy complicado (…) En ese momento la cosa era a matar o morir, usted sabrá comprenderme…”.

En esa linealidad se inscribió también la decisión del ejército de levantar en 1978 el monumento al combate de Manchalá en los cuarteles salteños. El mismo que tras ser demolido, fue nuevamente erigido en el 2016 a pedido de varios concejales encabezados por Andrés Suriani. No para resaltar el heroísmo de los soldados salteños que estuvieron allí en 1975, sino para legitimar una actuación mundialmente repudiada por razones que la justicia y la disciplina histórica estudiaron con documentos y miles de memorias que trascienden a las de los conscriptos cuyo supuesto patriotismo, no alcanza para legalizar el horror.

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