Martha, Olga y Alicia fundaron ese año la Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer. Presentaron el primer proyecto de legalización en 1992: “No pasó la mesa de entrada”, recuerdan quienes hoy aseguran que “para lo imposible solo falta un poco”.
“¡Paso a una histórica!”, gritó alguien la mañana del 14 de julio del 2018, al final de primera vigilia por la Ley del Aborto. La multitud se abrió para permitir el avance de la chica que empujaba una silla de ruedas en dónde iba sentada una mujer orgullosamente sonriente. Así se refieren las jóvenes militantes a mujeres como Martha Rosenberg, Olga Cristiano y Alicia Schejter.
Son las protagonistas de una larga nota publicada en la sección Marie Claire del diario Perfil y publicada hoy, cuando una multitud de mujeres se aprestaban a marchar en la jornada por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Schejter recordó los inicios, allá por 1982 cuando a finales de la dictadura un grupo de feministas fundó ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer), una de las primeras organizaciones que visibilizó la violencia contra las mujeres.
“Investigamos, difundimos, organizamos jornadas, publicamos la revista ‘Brujas’… Hicimos de todo. En aquella época, yo trabajaba como enfermera en el Policlínico Bancario y era delegada sindical. Mucho después estudié Psicología, me recibí en 2007. En el feminismo encontré un movimiento liberador. Eso es lo que genera tanta resistencia: cuando la mujer se libera, el varón pierde el lugar de privilegio y poder”, asegura Alicia Schejter.
El nuevo movimiento estaba integrado por médicas, abogadas, enfermeras, activistas de derechos humanos y hasta una Madre de Plaza de Mayo: diez mujeres unidas por una causa en común. “Dentro de la Comisión, había voces diferentes. Mientras que algunas argumentaban que el aborto era un tema de salud pública, otras considerábamos que se trataba del derecho a decidir sobre el cuerpo. Pero estábamos de acuerdo en lo fundamental, había que legalizarlo y despenalizarlo. Las mujeres debemos tener la posibilidad de elegir ser madre o no serlo. Es un derecho y negarlo es una forma de totalitarismo”, sostiene Schetjer.
“Todos los lunes, llevábamos una mesita a la puerta de la Confitería del Molino. Además de juntar firmas para el proyecto de ley, repartíamos folletos y la revista ‘Nuevas aportes’. Los primeros ejemplares estaban fotocopiados, no teníamos fondos para imprimirlos”, recuerda Alicia. “Muchas personas nos gritaban ‘¡Asesinas!’, pero algunas se acercaban a preguntar y otras, a contar su experiencia”, cuenta.
Olga Cristiano, por su parte, rememoró lo siguiente: “Al principio, cuando la Comisión empezó a asistir a los encuentros nacionales de mujeres, el tema del aborto no estaba incluido en el programa, preferían que habláramos de anticoncepción. Como no nos daban bolilla, empezamos a colgar carteles de ‘Derecho al aborto’ en las aulas vacías del colegio en el que se realizaba la jornada. Finalmente, terminaron por incorporar nuestros talleres al cronograma, nos lo ganamos de prepo”, recordó.
En 1992, la Comisión presentó el primer Proyecto de Ley en la Legislatura. No fue más allá de la Mesa de entradas. Después, la organización participó en otros tres proyectos que redactaron los diputados Martha Mercader, Alfredo Bravo y Luis Zamora. Ninguno llegó al recinto. “Las condiciones no eran favorables. Dora explicaba que eso se iba a dar cuando hubiera una explosión de mujeres”, cuenta Olga rememorando a Dora Coledesky, al alma mater de la campaña que murió el 17 de agosto de 2009, a los 81 años.
Sin dinero para alquilar una sede, la Comisión por el Derecho al Aborto se reunía cada 15 días en una sala de Villa Crespo que les prestaban. “Ahí, hablaban durante horas sobre la interrupción del embarazo, sobre legalización y despenalización. En esas charlas no había lugar para temas personales”, remarca la publicación que enfatiza que los encuentros de mujeres fueron sumando hitos a la gesta: en 1990, en el de San Bernardo, se declaró el 28 de septiembre como el Día por el Derecho al Aborto de las Mujeres de América Latina y el Caribe; en 2003, en Rosario, el pañuelo verde quedó oficializado como símbolo de la lucha por el aborto legal.
“El encuentro en Rosario marcó un antes y un después para la Comisión. Pedimos el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Económicas para hablar del aborto. Unas 500 mujeres levantaron la mano para contar: ‘Yo aborté’. La última noche, la marcha de mujeres alcanzaba las diez cuadras. La mayoría llevaba puesto el pañuelo verde. Las más jóvenes entonaban consignas que nosotras habíamos inventado”, recuerda Olga. El reclamo ya era visible: educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.
Martha Rosenberg tenía 30 años cuando se dio cuenta de que era feminista. Después de estudiar Medicina, hizo un posgrado en Psicopatología de la Edad Evolutiva en el Hospital de Clínicas. A las prácticas con niños le siguieron los grupos de orientación con las madres y así, ella terminó por involucrarse en temas de salud de la mujer. Martha fue una de las organizadoras del Foro por los Derechos Reproductivos que reunía a sociólogos, médicos, psicólogos y especialistas en obstetricia.
“Era una organización bastante académica. Trabajamos en temas de salud reproductiva y sexual. Siempre estuvimos de acuerdo con la legalización del aborto. En el ‘94 luchamos para que no fuera aprobada la cláusula que garantizaba el derecho a la vida desde el momento de la concepción como un derecho constitucional. Se votó 14 veces en distintas comisiones y perdió. Fue un antecedente muy importante”, explica Martha.
En 2005, todas las organizaciones decidieron unificar su reclamo en un solo movimiento: la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Hoy, casi 500 ONG integran este colectivo que demanda la interrupción voluntaria del embarazo como un derecho de las mujeres. Se estima que, en la Argentina, se realizan cerca de 500 mil abortos clandestinos por año. Y las complicaciones por estos abortos son la principal causa de muerte de mujeres gestantes.
“La reproducción humana es un tema político. Una sociedad que no genera la cantidad necesaria de mano de obra está en problemas. En una estructura patriarcal, el dominio sobre la capacidad de gestar de las mujeres queda bajo el control del poder establecido. Hay mucha resistencia a que el embarazo sea un acto de autonomía y de libertad”, asegura Martha.