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La revolución con rostro de mujer | Recordaron a la “Sayo”, la salteña fusilada por la dictadura en Trelew

Junto a familiares y compañeros de los detenidos y fusilados en Trelew hace 50 años, las hijas de Mario Santucho (fundador del ERP) y Ana María Villarreal estuvieron en los homenajes realizados ayer en el sur del país.

Mario Santucho fue el líder del ERP y uno de los que logró completar la fuga del penal de Rawson tomando un avión que aterrizó en Chile. Su esposa Ana María Villarreal, en cambio, fue una de las 19 militantes que por una falla en el plan de fuga quedaron varadas en el aeropuerto de la localidad el 16 de agosto de 1972, se entregaron a los militares en presencia de jueces y periodistas y fueron trasladados a una base naval en donde el día 22 de agosto fueron fusilados a mansalva. La “Sayo” fue una de las 16 personas muertas. Otras tres pudieron sobrevivir ese episodio, aunque no a la dictadura de 1976.

Ana María Villarreal había nacido en 1936 en el seno de una familia de clase media salteña. Cursó sus estudios secundarios en el colegio Santa Rosa en donde le pusieron el apodo por sus ojos rasgados a lo japonesa. Egresó en 1953 con el título de maestra normal nacional para luego partir a Tucumán en donde se licenció en Artes Plásticas. En esos años conoció al contador Roberto Santucho, un santiagueño que creció en una casa en donde convivían radicales y comunistas declarados. Se casaron en junio de 1960 y convirtieron la luna de miel en una experiencia que iba al encuentro de la certeza revolucionaria que tenía en la Cuba de Fidel Castro y el Che Guevara un faro luminoso.

Ana María Villarreal junto a Mario Santucho.

Cuando volvieron de la “luna de miel revolucionaria”, Santucho funda el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (julio de 1961). Con los años el FRIP se une a la organización trostkista “Palabra Obrera” y en 1965 conforman el Partido Revolucionario de los Trabajadores que en 1968 adoptó la lucha armada como estrategia por el socialismo que terminará concretándose con la creación, en julio de 1970, del Ejército Revoluciinario del Pueblo (ERP), el brazo armado del PRT que devendría en la guerrilla marxista más importante en la historia del país.

Gabriela y Ana María Santucho son dos de las tres hijas de la “Sayo” Villarreal. Ayer por primera vez en sus vidas conocieron el penal de donde sus padres se fugaron hace 50 años, aunque a la madre le arrebataron la vida en aquellos días. Ambas hablaron con la prensa de cómo siendo niñas – 8 y 10 años respectivamente – vivieron aquellos años.

“La pérdida de Sayito fue muy dolorosa, me acuerdo de abrazarme con mi primo partidos de dolor frente a la tele, pero hacía unos años que no vivíamos con ella y teníamos conciencia de que no podíamos vivir con ellos. Nos veíamos sólo en vacaciones (…) Desde que empecé la primaria siempre estábamos esperando el momento de poder verla, de verlos a los dos, nosotras sabíamos que vivir con los abuelos eran transitorio… Pero a ella ya la habían detenido dos veces y ya se había escapado del Buen Pastor una vez, con ayuda de mi papá disfrazado de cura. Eso fue en el final del año ’70” recordó a Página 12 Ana María, quien luego recordó a que a su mamá la primera vez que la detuvieron había sido de una manera violenta “con un tiro en la pierna, porque habían robado un camión de La Serenísima para llevar la leche a una villa. Yo lo veía como algo a lo Robin Hood, aunque no sé si tenía presente ese personaje”.

La Sayo y Santucho con sus hijas.

Efectivamente, la Sayo era la responsable de organizar a obreros y campesinos que trabajaban en los ingenios azucareros y la ruralidad tucumana; también la dirigente que recorría el país reclutando y organizando militantes del PRT o combatientes del ERP; e incluso una combatiente destacada de la regional Córdoba. El 12 de marzo del 71 varios medios informaron que el ERP había asaltado un camión frigorífico para repartir medias reses en una villa de Córdoba y que el hecho terminó con un tiroteo y una mujer herida y apresada. No se aclaró que se trataba de Ana María porque cargaba con una identificación falsa, pero efectivamente era la salteña. Meses después escapó junto a otras militantes de la cárcel cordobesa en la que estaba alojada hasta que en febrero de 1972 volvió a “caer”. Fue apresada en un colectivo de larga distancia cuyo destino era Salta. Su “peligrosidad” determinó el nuevo destino carcelario: el penal de máxima seguridad en Rawson, en donde también estaba alojado su esposo y en donde transcurriría los últimos días de su vida.

Otra de las personas que ayer visitó Trelew para homenajear a los fusilados de hace cinco décadas fue Alicia Sanguinetti. Ella es fotógrafa, fue combatiente del ERP en aquellos años y también estaba detenida cuando ocurrieron los hechos que culminaron con los fusilamientos. “Estar adentro era una escuela de cuadros, estudiábamos, entrenábamos, teníamos Economía, Historia, Política, y preparación de la fuga, por supuesto, un combatiente preso tiene el deber de pensar cómo se va a fugar. La Sayo nos daba clase con el Capital, ¡yo odiaba esa tarea! El Capital ya me parecía mucho… pero así nos organizábamos y nos sosteníamos”. El recuerdo coincide con el de otros militantes de la época: la Sayo como encargada de organizar las jornadas con horas de estudio, actividades manuales, físicas y el montaje de espacios para la discusión política.

La “Sayo” finalmente protagonizó junto a otros militantes una fuga que la prensa de entonces calificó como “la operación más espectacular realizada hasta ahora por la guerrilla urbana argentina”. Miembros del ERP, FAR y Montoneros abordaron un avión en Comodoro Rivadavia con destino a Rawson. Allí tomaron la nave mientras otros realizaban señas a los detenidos del penal que ya estaban reduciendo a 60 guardias, uno de los cuales recibió una ráfaga mortal que la prensa adjudicó a la propia Sayo.

Ciento veinte presos se aprestaban a dirigirse a Trelew y tomar el avión ya secuestrado por guerrilleros que desviarían el vuelo a Chile, aunque los grupos que esperaban con camiones afuera del penal interpretaron los disparos como señal del fracaso en la toma del penal y se retiraron. Sólo quedó apostado un Falcón conducido por un jovencito llamado Carlos Goldemberg. Allí subieron seis personas que por su condición de líderes de las organizaciones armadas tenían prioridad. La “Sayo” quedó en el segundo grupo: un enjambre de 19 personas que esperaban en vano la llegada de los camiones y terminaron tomando taxis rumbo al aeropuerto. Cuando llegaron al lugar el avión había partido. Al verse cercados optaron por entregarse a cambio de la presencia de médicos y periodistas que registraran su estado. Tras una improvisada rueda de prensa fueron trasladados a la base Almirante Zar de Trelew.

Ana María (rojo) junto a otros compañeros.

El 23 de agosto los militares informaron que, en la madrugada del 22, el capitán a cargo de la vigilancia de los prisioneros fue atacado por un extremista que le arrebató el arma y los oficiales a cargo se vieron obligados a “barrer” el lugar. El diario “La Opinión” informó que la versión “resultaba increíble”: ningún militar herido y 16 de los 19 detenidos muertos. Días después, los padres de los 3 sobrevivientes declararon que los relatos de sus hijos concordaban, aunque desde el mismo 23 la opinión pública repudió los fusilamientos con movilizaciones, disturbios, huelgas. El gobierno chileno decidió considerar a los 10 guerrilleros fugados en el avión como asilados políticos y autorizar su traslado a Cuba.

Entre esos 10 guerrilleros estaba Mario Roberto Santucho. Estaban alojados en una comisaría y eran bien tratados por el gobierno del socialista Salvador Allende que se negaba a devolverlos a Argentina como exigía la dictadura y buscaba la forma institucional de enviarlos a Cuba como pedían los guerrilleros. El 23 de agosto le retiraron las radios y les negaron los diarios que desde la fuga solo hablaba de ellos y de los apresados en Trelew. El misterio se reveló cuando un funcionario chileno se presentó para “informarles algo terrible”: los militares argentinos habían matado a los rehenes a sangre fría. Santucho preguntó si todos habían muerto. Le respondieron que había tres sobrevivientes, pero que su mujer no figuraba entre los mismos.

“Empezaron las puteadas, los gritos. Vaca Narvaja le pegaba patadas a una puerta. Osatinsky y Gorriaran lloraban abrazados. Mena apretaba los puños y la mandíbula. Carlos Goldemberg lloraba por todos, pero se acordaba principalmente de la Petisa Sebrelli, su primera responsable política (…) Santucho se fue solo a un rincón pero no lloró, al menos frente a los demás. Suponía que los jefes tienen que mostrarse siempre firmes”. (Eduardo Anguita-Martín Caparros: “La Voluntad: una historia de la militancia revolucionaria Argentina”. Edit. Norma, marzo de 1997, Tomo I, pág. 583)

Los cuerpos de los fusilados fueron trasladados a sus ciudades de origen para ser velados. La Sayo no corrió igual suerte. Sus restos fueron de los últimos en salir de la sede militar de El Palomar. Recién el 24 de agosto llegó al local del peronismo porteño que cedió el lugar para todos sin distinciones ideológicas y/o partidarias. En el lugar esperaban sus padres y sus tres hijas, pero al poco tiempo la policía invadió el lugar y lo regó de gases lacrimosos. Los fusilamientos no hicieron más que profundizar el repudio a la dictadura y la simpatía hacia los y las jóvenes que luchaban contra ella. La familia de Ana María Villareal comprobaría luego que su hija estaba embarazada al momento de ser fusilada. En agosto de 1973 sus restos llegaron a Salta. La dictadura de Lanusse había caído y el peronismo estaba en el gobierno tras 18 años de proscripción. Parecía que el cielo estaba al alcance de las manos, aunque pronto el sueño devendría en otra pesadilla.

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