En 1973, durante el gobierno de Miguel Ragone, la revista El Descamisado se infiltró en una cárcel salteña para entrevistar a policías detenidos por torturar a un grupo de militantes peronistas entre los que se encontraba el mítico “Tucho” Valenzuela.
En su número 10, publicado el 24 de julio de 1973, la revista El Descamisado, uno de los medios dirigidos por la Juventud Peronista y Montoneros, publicó un extenso reportaje sobre los casos de los policías torturadores de Salta. Los periodistas de la publicación lograron ingresar al penal en el que se encontraban detenidos oficiales de distintos rangos. Entre ellos estaba Joaquín Guil, quizás el representante máximo de la tortura y la represión ilegal en nuestra provincia. Un hombre que todavía no había agotado todos sus cartuchos en contra de la democracia.
“El caso de los policías torturadores” era el título del artículo. Comenzaba asegurando que “la plana mayor de la policía de Salta -en funciones hasta el 25 de mayo- está actualmente en la cárcel. La acusación, apoyada por pruebas abrumadoras, es de tortura”.
Guil y el resto de los policías detenidos habían actuado durante el gobierno de facto de Ricardo J. Spangenberg, quien había estado al frente de la provincia entre 1971 y 1973. Tal como lo recordaba el artículo, el 25 de mayo de ese año Spangenberg le había entregado el gobierno a Miguel Ragone.
El relato de El Descamisado comienza cuando los periodistas (anónimos) llegaban al penal salteño, en ese momento bajo la dirección de Eduardo José Porcel, un militante peronista que había sido torturado y encarcelado entre 1956 y 1959. La revista marcaba la contradicción que parecía tener la tarea de Porcel, encargado de ser “el responsable de la vida y bienestar de 20 policías, la mayoría de alta graduación, detenidos en un pabellón aislado del resto de la población carcelaria, y que están señalados como torturadores de militantes peronistas”.
Uno de los policías era Guil, ex Inspector General Director de Seguridad, “detenido entre los principales acusados de torturas, por cientos de testigos, incluyendo a las propias víctimas”. Además, estaban Sergio Anaya y los comisarios Ignacio Arturo Toranzo, Domingo Ángel Echenique. El Descamisado informaba que había una campaña mediática en todo el país para que se creyera que los policías estaban siendo torturados dentro del penal.
«¿Ustedes han sido torturados?», preguntó uno de los periodistas. Echenique, con la aprobación de Guil («¿Puedo responder?», le había preguntado), contestó «no, no hemos sido torturados, pero nos faltan cepillos de dientes y fundas para la almohada«.
Luego, Trovatto aseguraba: «Los guerrilleros dicen que los hemos torturado. Es la palabra nuestra contra la de ellos. Nada podrán comprobar. No existen testimonios en contra nuestra ni pericias médicas que certifiquen esas torturas».
Mientras, Guil ordenaba: nada de fotos. Ni de espaldas. «Si a mí las espaldas me las conocen todos», decía. Pastrana, por su parte, aseguraba que «ahora los delincuentes están en el gobierno».
A pesar del rechazo a las imágenes, los periodistas de El Descamisado se las arreglaron para obtener una foto que ilustró la apertura de la nota. Allí se observaba a Guil, Trovatto y Echenique, todos en perfecto estado.
Los torturados
En la segunda parte del reportaje los periodistas entrevistaban a los torturados por los policías. «Jóvenes militantes peronistas todos ellos que no encierran otro deseo que no sea desterrar para siempre ‘entre los argentinos’ prácticas inhumanas de degradación, siendo ‘conscientes que los verdaderos instigadores morales están libres’».
Francisco Gregorio Ponce Chasampi, de 26 años, obrero, despedido de SMATA, ofrecía un duro relato: «Fuimos detenidos en Salta 8 compañeros en octubre del 72 por una comisión policial de 30 policías con el Inspector General y Director de Seguridad Joaquín Guil y los Comisarios Héctor René Trovatto y Arturo Ignacio Toranzo, quienes a puntapiés me fracturaron 3 costillas y me fisuraron 2, en el mismo lugar de mi detención». Luego, agregaba: «Posteriormente en la Central de Policía, esposados y boca abajo en el comedor, somos pisoteados, insultados y escupidos por el personal de la Guardia de Infantería. Se destaca entre todos por su sadismo el comisario Luis Pastrana, que nos patea el rostro«.
«Horas después me trasladan a una habitación, a rostro descubierto -seguía Ponce-. Me golpean salvajemente. Están presentes Guil, Trovatto, Murúa, Pastrana y dos personas más que por su porte y actitud son extraños a nuestro medio. Las torturas que me aplican son las mismas que aplicaron en todo el país a miles de compañeros: ‘El Teléfono’, golpes dados en los oídos con las palmas de las manos y que producen mucho dolor. Picanas en tres tipos, a batería y dos con enchufes. Golpes de karate en las costillas que salían fracturadas. Dos simulacros de fusilamientos, vendado y atado, contándome hasta 10 para que hablara».
También daba su testimonio Edgar Tulio Valenzuela, a quien se lo presentaba como un hombre de 28 años casado, estudiante y obrero de la Celulosa en Jujuy: «Fui detenido el lunes 23 de octubre a las 8 horas. Fui trasladado en jeep a la comisaría de La Viña. A la hora llegó una comisión que venía de Salta, que entraron golpeándome con la culata de una escopeta y los puños. Al rato me echaron un gas, con un aerosol, que produce sensación de asfixia y mucha sed. Luego me envolvieron con mi campera la cabeza y esposado me arrojaron al piso de un patrullero. Permanecí con la cabeza cubierta, sin beber, durante dos días«.
«Durante el trayecto desde La Viña a Salta me bajaron en un desvío del camino, descalzo, esposado, y me obligaron a correr entre las espinas. Luego me ataron a un arbusto espinoso y dispararon una pistola 45, diciéndome: ‘diremos que es tuya y que nos atacaste y que al emprender la fuga estuvimos obligados a defendernos’», continuaba Valenzuela, quien agregaba: «Posteriormente me subieron nuevamente al patrullero y me llevaron a la Central de Policía en donde me aplican choques eléctricos con varias picanas, en los labios, en el pene y el ano y también en los dedos de los pies. Trabajaban al compás de mi cuerpo que saltaba de un lado a otro».
El tercer torturado era Segundo Arturo Álvarez, casado, 3 hijos, secretario general del Sindicato de Vendedores Ambulantes, militante peronista desde el año 1943. La revista contaba que había sido colgado del brazo que tenía herido, durante 48 horas, por el comisario Luis Pastrana». «Pasa un mes en la cárcel Modelo de Salta y es trasladado al penal de Rawson. Se lo confina durante 7 meses hasta que el 25 de mayo es liberado por el pueblo y el Gobierno presidido por el Dr. Cámpora», relataba el artículo.
La historia no se detuvo
El perfecto estado de los policías torturadores y los graves testimonios de los militantes recogidos por El Descamisado planteaban una realidad que vista desde el presente es muy clara pero que por aquel entonces todavía no se había desarrollado del todo. El país se encaminaba lentamente a un futuro siniestro. En noviembre del año siguiente, la provincia de Salta fue intervenida por orden de la presidenta María Estela Martínez de Perón. Ragone dejó la gobernación y la derecha peronista pasó al frente.
En marzo de 1976, Guil fue uno de los que participó en el secuestro y posterior desaparición de Ragone. También fue responsable de la Masacre de Palomitas, ocurrida en julio de ese mismo año. Recibió condenas a prisión y reclusión perpetua por ambos hechos. Posteriormente, fue beneficiado con la prisión domiciliaria.
Tulio Valenzuela era nada menos que Tucho Valenzuela, uno de los cuadros más importantes de Montoneros. En enero de 1978 fue capturado por uno de los grupos de tareas de la Dictadura Cívico Militar y destinado a la famosa “Quinta de Funes”, un centro clandestino de detención ubicado en las afueras de la ciudad de Rosario.
Una vez detenido, Valenzuela simuló quebrarse y se mostró dispuesto a colaborar con los militares para dar con la cúpula de Montoneros, que se encontraba exiliada en México. Tucho fue obligado a viajar hacia el DF como parte de una delegación que debía asesinar a Mario Firmenich. Sin embargo, logró burlar la operación y revelar la maniobra ante la prensa mundial. Volvió al país poco después, donde murió en un enfrentamiento con un grupo de tareas de la ESMA.