jueves 3 de octubre de 2024
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Historia | El negacionismo y los números como ideología

El “negacionismo” es una corriente histórica política que niega o minimiza determinados acontecimientos y etapas de la historia universal y nacional. En este artículo, el historiador salteño Daniel Escotorin repasa la práctica en distintos escenarios y temporalidades.

“No fueron tantos”, “eso no ocurrió”, “fueron ambas partes”, “fue una reacción para evitar algo peor”, “por algo sucedió”… y etcéteras varios; cada uno podría agregar frases de estos tenores. El “negacionismo” es una corriente histórica, política que desde una perspectiva revisionista niega o minimiza determinados acontecimientos y etapas de la historia universal y nacional. Estas etapas están relacionadas con acontecimientos críticos, traumáticos y ciertamente horrorosos para la conciencia humana.

El negacionismo se convierte finalmente en una reivindicación de esa experiencia y de ese proyecto político tanto en sus fundamentos como también de sus medios, aunque éstos por lo perverso y contrario a los valores de tolerancia moral de la conciencia humana, tienden a desplazarlos del primer plano de la escena argumentativa, se esbozan leves críticas para quedar a tono con ese sentido universal de tolerancia pero siempre queda flotando la clara percepción que para los negacionistas no fue tan grave o finalmente era lo necesario, quizás acompañado de un “se les fue mano” (los errores y excesos de nuestra dictadura).

El negacionismo (pro dictadura) siempre existió en nuestro país, desde el mismo 1983 y fue una constante, que a lo largo del tiempo fue variando en sus argumentaciones y formas como veremos más adelante, pero no fue muy distinto de otros casos en el mundo; aun en contextos diversos y diferentes la reacción de los grupos dirigentes o los adeptos a los victimarios es similar en el sentido de su contra crítica a la historia. En el análisis de casos históricos podemos identificar elementos comunes en el discurso negacionista, como dijimos, a pesar de los diferentes contextos históricos.

Holocausto judío

¿Cuántos judíos fueron exterminados en los campos de concentración nazis? Para la historiografía occidental se trata del mayor caso de intento de exterminio de una población de la historia universal, en todo caso es el primero donde desde aspectos jurídicos (Núremberg) y políticos se sentaron bases en la lucha contra las violaciones sistemáticas contra los Derechos Humanos (otro concepto novedoso y su consecuente Declaración Universal). No hizo falta que Esmeralda Mitre relativizara el número de víctimas para que se reabra el permanente debate y pugna con los negacionistas.

¿Cuántos judíos fueron exterminados en los campos de concentración nazis? El número estimativo es de seis millones. Lo estimativo es aquí el primer elemento de discusión, al no haber registros de las deportaciones ni de las ejecuciones, la cantidad es una construcción histórica, una aproximación estadística y una cuantificación compleja y heterogénea.

Los negacionistas contraponen: 1º. Niegan esa cantidad de asesinados y relativizan ya rebajando los muertos a cifras menores, o poniendo en cuestión cualquier número ante la imposibilidad fáctica de contabilizarlos. No obstante, en pleno régimen nazi Heinrich Himmler encargó a funcionarios de la SS un informe estadístico que concluyó que hacia 1943 cerca de cuatro millones de judíos habían muerto o desaparecido (trasladados). 2º. Niegan la sistematicidad, es decir que se haya tratado de una política planificada y con métodos establecidos y formas generales aplicadas en los guetos y campos de concentración, un hito en esa planificación fue “La conferencia de Wannsee” en enero de 1942. 3º. Como desprendimiento de lo anterior, también hay una negación de los métodos, en este caso en relación al uso de las cámaras de gas, la “solución final” dicen, era el traslado de la población judía a otras regiones. 4º. Aunque parezca increíble, aun en el caso del genocidio nazi se apeló a una especie de “teoría de los dos demonios”; este es un recurso contra fáctico que ante la imposibilidad de la negación absoluta recurren a una equiparación supuestamente simétrica de atrocidades mutuas. En el caso del nazismo el “contra genocidio” se expresa en la denuncia a los bombardeos indiscriminados (bombardeo en alfombra o saturación) que las fuerzas aliadas occidentales llevaron a cabo contra las ciudades alemanas entre 1943 y 1945. El caso testigo es el bombardeo a la ciudad de Dresde en febrero de 1945, en el lapso de tres días arrojando más de 4.000 toneladas de bombas de tipo incendiaria que causaría una tormenta ígnea. Datos históricos establecen una cifra de entre 25.000 y 50.000 muertos, mientras que los “negacionistas” hablan de más de 200.000 los fallecidos en esas jornadas.

Genocidio armenio

¿Cuántos armenios fueron asesinados por el gobierno turco entre 1915 y 1923? El 24 de abril de 1915 en pleno desarrollo de la Gran Guerra o 1º guerra mundial, el imperio otomano (Turquía) se enfrentaba con el imperio zarista ruso, en ese contexto surgen ambiciones autonomistas del pueblo armenio que ya había sufrido masacres a fines del siglo XIX a manos del Sultán Abdul Hamid II (Sultán Rojo), quien es depuesto por los Jóvenes Turcos. Ante el peligro que ellos veían en las reivindicaciones de los armenios el 24 de abril de 1915 detienen y asesinan a la elite intelectual armenia y a partir de allí cientos de miles son deportados y obligados a una marcha forzada hacia diversas regiones limítrofes y desérticas, a la vez que se los condenaba a la inanición; en algunas poblaciones se perpetraban matanzas, violaciones en masa, ejecuciones, decapitaciones, etc., y otra parte era recluida en campos de concentración cuyo destino era igualmente la muerte por ejecución, por inanición o por epidemias. Hacia 1919 se estimó en un millón y medio de armenios asesinados. Este cálculo fue en base a informaciones de inteligencia del gobierno alemán de esa época, aliado de Turquía, del gobierno británico y del norteamericano. Historiadores de diversas tendencias y nacionalidades (excepto turcos) han reafirmado esa estimación en las décadas posteriores y es sostenida por el gobierno armenio.

El Estado turco ha negado permanentemente que haya existido tal genocidio. En primer lugar desestima la cifra de más de un millón de muertos; entre informes oficiales e investigaciones históricas nacionales plantean que la cantidad de armenios muertos varían entre los 600.000, 200.000 e incluso 50.000. Los historiadores occidentales si adhieren a estas cifras lo hacen desde las bases estadísticas del propio estado otomano y turco. En segundo lugar rechazan que hubiese existido un Plan de Exterminio, el Estado turco plantea que las muertes se produjeron en el contexto de las sublevaciones de la población armenia reprimidas por el ejército, como la “revuelta de Van” de abril de 1916, por lo tanto no se trató de una política o una decisión estatal planeada y ejecutada por el gobierno otomano, sino de acciones propias del accionar militar y sus consecuencias por el enfrentamiento mutuo; no reconocen la existencia de campos de concentración, ni los desplazamientos intencionales con fines de exterminio, dichos campos no eran más que los tradicionales campos de prisioneros de guerra olvidando que los armenios combatían en el ejército otomano contra los rusos. En ese eje construye un relato histórico que equipara dichas rebeliones a un conflicto interétnico nacional (turcos vs. armenios) donde ambas partes sufrieron pérdidas humanas.

No obstante, diversos países han reconocido la entidad de los crímenes como “genocidio”: en Europa: Francia, Suecia, España, Suiza, Bélgica, Rusia, Países Bajos, Luxemburgo, Vaticano; América: Argentina, Uruguay, Venezuela, Brasil, Chile, Bolivia, Canadá; Siria y Líbano de Asia aceptando la cifra de un millón y medio de asesinados. A Adolf Hitler se le atribuye la frase, cuando ya pensaba en la “solución final al problema judío”: “¿Quién se acuerda hoy del exterminio de los armenios?”

Masacre de Nankín

¿Cuántos chinos fueron masacrados por el ejército imperial japonés en Nankín? En 1937 se inicia la tercera guerra chino japonesa, en el preludio de la segunda guerra mundial. Japón invade China sacudida por una guerra civil entre el gobierno nacionalista de Chiang Kai Shek y los revolucionarios comunistas liderados por Mao Tse Tung. Rápidamente el ejército imperial conquista las principales plazas militares chinas y llega a Nankin, capital del país en ese momento. En diciembre de 1937 ocupan la ciudad y a partir de la rendición china se inicia uno de los capítulos más espeluznantes y terroríficos de las guerras del siglo XX. Los japonenses desatan sobre la ciudad una matanza sin control, desaforada, sin límites de formas, cantidad, objetivos. Todo estaba en manos y a voluntad de los japoneses que sabiendo del poder total que contaban tras esa conquista, estaban fuera de cualquier acto racional y moral. A las ejecuciones y fusilamientos de prisioneros de guerra, le seguiría el ensañamiento con la población civil, sometidas a las bestialidades que la imaginación más perversa les propusiese a los ocupantes: soldados sobrevivientes obligados a sumergirse y morir ahogados en el rio Yangtse, cuando no eran disparados por los soldados nipones, otros eran enterrados vivos, quizás con suerte recibían un tiro sino eran pisoteados por los caballos o aplastados por los tanques. A muchos civiles se los fusiló en donde los encontraban, sea en las calles o en sus casas, otros eran atados de a varios con alambre, rociados con gasolina y quemados vivos. Las mujeres (niñas, jóvenes, adultas o ancianas) por supuesto violadas y luego descuartizadas inmediatamente, mutiladas (les cortaban los senos) o apuñaladas ya sea con la misma bayoneta o con palos largos de bambú u otros objetos afilados que eran introducidos en la vagina de las víctimas para que terminaran desangrándose. En el caso de mujeres embarazadas después de la violación a menudo les abrían con las bayonetas el vientre, se hacían cortes abiertos y rasgaban el útero para extraer el feto. Testigos recuerdan a soldados japoneses tirando bebés al aire para capturarlos con sus bayonetas; hombres, mujeres, niños víctimas de juegos macabros de decapitación: quien decapitaba con sus katanas más rápido a cien chinos. Ese año el gobierno del emperador Hirohito sacó una directiva de no considerar como prisionero de guerra al soldado chino.

Las estimaciones en ese momento y posterior a la finalización de la guerra en 1945 hablaban de una cifra alrededor y no menor a los 300.000 muertos, a posterior informes del gobierno estadounidense (ya siendo aliado de Japón) elevaron hasta 500.000 las víctimas de las atrocidades cometidas entre diciembre de 1937 y enero de 1938.

El Estado japonés rechazó esas cifras, sin dar otras, pero especulando con un número cercano a la mitad (150.000 muertos), así también puso en duda que haya sido parte de ese desenfreno oficial, sino por los combates llevados a cabo en la ciudad, aunque no niega dichos “excesos”. Una de las causas de esa negación es por la participación de miembros de la familia real nipona en esa masacre: el príncipe Yasuhiko Asaka, yerno del emperador Meiji y tío del emperador Hirohito, comandante de las fuerzas de asalto en Nankin. Hasta el presente el Estado japonés no ha pedido disculpas oficiales por dicha masacre.

Dictadura militar chilena

¿Cuántos chilenos fueron asesinados y desaparecidos por la dictadura de Pinochet? Un régimen dictatorial casi gemelo al de Argentina, aunque con mala relación, que llevó a cabo una represión sistemática desde el mismo día del derrocamiento y muerte del presidente socialista Salvador Allende Gossens el 11 de setiembre de 1973. Este caso y el siguiente expresan las contradicciones que se dan a nivel de sociedad, su polarización y la certeza consecuente de que la disputa por la Historia es reflejo de las disputas por el presente y del presente. Esa dinámica dialéctica de “presente–pasado” compone la balanza donde cada fracción, cada sector social o político mide sus fuerzas. El pasado es político y su uso asegura como cimiento las columnas de los proyectos actuales construidos o por construir.

Con la restauración de la democracia, muy condicionada y limitada, en 1990 la lucha por la memoria y la justicia en Chile fue lenta, ardua, casi dolorosa porque el pinochetismo no se iba derrotado, al contrario, emergía como fuerza política legal. En tiempos de dictadura organizaciones de Derechos Humanos nacionales y extranjeras denunciaban entre 3.000 desaparecidos y 5.000 ejecutados en el periodo entre 1973 y 1986, en algunos casos las cifras conjuntas llegaban a 15.000 víctimas; el paso del tiempo y las condiciones de objetividad impuestas por la Comisión de la Verdad (Informe Rettig) y la Comisión Valech I y II establecieron que durante dictadura los desaparecidos llegaron a los 1.100 y los ejecutados a la cifra de 2.100, pero se reconocieron alrededor de 40.000 el número de afectados por la represión militar.

Hasta ese entonces la derecha pinochetista negaba la cantidad que denunciaban los organismos, así como la existencia de campos de concentración y tortura, lo adjudicaban a una campaña internacional orquestada por el comunismo contra el régimen militar y sus valores de propiedad, familia y orden. No obstante, en el presente y antes desde la propia dictadura con más énfasis, no se trató solo de negar, sino de reivindicar. El 11 de setiembre es una fecha emblemática por sus contrasentidos: quienes conmemoran la caída del gobierno democrático y denuncian a la dictadura fascista y quienes reivindican esa fecha como de salvación de la Patria, en efecto, si no se apela a la negación, sí a ensalzar y elevar a un nivel de causa patriótica y gesta nacional el golpe militar, Pinochet puesto casi en el panteón de los héroes nacionales de Chile en tanto salvó al país de las garras del comunismo; vale recordar que hasta hace poco ese día era feriado.

Indonesia: el negacionismo absoluto

¿Cuántos indonesios fueron exterminados por Suharto? Octubre de 1965. El presidente indonesio Sukarno, artífice del movimiento de los Países No Alineados junto a estadistas como Nehru de la India, Nasser de Egipto, el mariscal Tito de Yugoslavia entre otros, con una política nacionalista popular afrontaba una crisis definitiva; su gobierno giraba hacia la izquierda bajo el influjo del Partido Comunista Indonesio (PKI), el tercer Partido Comunista más grande del mundo después del soviético y el chino. El sector derechista del ejército, liderado por el general Suharto bajo el pretexto de una conspiración comunista derrocó a Sukarno desatando una de las persecuciones y matanzas más grande del siglo XX. Hasta el año 1967 el gobierno militar luego de proscribir al PKI persiguió, encarceló y asesinó a una cantidad no especificada de militantes, afiliados y sospechosos de identidad y pertenencia comunista. Entre 500.000 y 1.000.000 de personas se estima fueron ejecutados, otras versiones establecen en 2.000.000 la cantidad de muertes.

Suharto gobernó hasta 1998, fue el mentor junto a economistas de Estados Unidos del fenómeno económico conocido como “los tigres del sudeste asiático”: apertura económica, privatización de los recursos naturales (petróleo), alta precarización laboral, represión política y sindical e híper corrupción cuyo resultado fue el crecimiento económico y la desigualdad social altísima. Suharto fue considerado como el presidente más corrupto del mundo. Estos elementos no fueron ningún impedimento, más bien al contrario, para que occidente le prestase amplio apoyo y durante esas tres décadas la sociedad indonesia viviese bajo un régimen de terror, censura, silencio y ostracismo ya que no solo se persiguió a los comunistas, sino también a diversas minorías como los budistas, cristianos, ateos y chinos. El pretexto del golpe que tuvo asistencia e impulso de Gran Bretaña y EE.UU., fue el de impedir un golpe comunista y una supuesta persecución a los musulmanes para implementar el ateísmo. El exterminio de los comunistas tuvo su efecto entre otros factores en el desmembramiento del movimiento sindical en las ciudades y el campo.

Suharto.

Suharto murió en el año 2008 y es considerado héroe nacional; la sociedad indonesia vive una especie de amnesia inducida respecto del genocidio, ya porque no lo reconoce, no lo acepta como tal, no lo recuerda o no tiene noción de éste hecho (las nuevas generaciones) o, peor aún, reivindica como necesaria y justa dicha masacre; por supuesto que el gobierno niega cualquier entidad de genocidio a dicha etapa mientras que el PKI sigue proscripto. Hablamos de “negacionismo absoluto” porque el Estado y la sociedad indonesias niegan este holocausto, y la comunidad internacional ha mantenido un silencio igual de atroz y cómplice frente a este hecho. Nunca hubo sanción, de hecho occidente (EE.UU. y Europa) avalaron, apoyaron y sostuvieron al régimen militar devenido en una democracia parcial y controlada. El Banco Mundial prestó asistencia a las políticas neoliberales y aplaudió sus efectos y resultados, los organismos oficiales de Derechos Humanos y los tribunales internacionales nunca abordaron este caso ni reclamaron sanciones efectivas. Organizaciones como Amnistía Internacional, Human Right Watch o el Tribunal Popular Internacional (no estatal) vienen denunciando y reclamando que tanto el Estado indonesio como la comunidad internacional reconozcan el genocidio de 1965/1966. Apenas una película de 1984 dirigida por el australiano Peter Weir “El año que vivimos en peligro” esbozó un principio de denuncia de lo que había ocurrido y recién en el año 2012 dos documentales dirigidos por el director Joshua Oppenheimer, “The act of killing” y “The look of silence”, sacaron a la luz las atrocidades cometidas. Allí aparecen testimonios de personajes involucrados en las matanzas y detallan con lujo de detalles y recreación las formas en que mataban a los opositores. Fue entonces cuando casi cuarenta años después una parte del mundo político europeo y norteamericano “descubrió” la realidad de Indonesia, y ya no pudieron seguir ocultando e ignorando lo sucedido. No obstante, al presente la titánica y silenciada lucha de familiares y organizaciones de Derechos Humanos sigue sin tener eco en los ámbitos y foros humanitarios estatales multinacionales.

30.000

¿Fueron 30.000 los desaparecidos en Argentina durante la última dictadura cívico militar? El negacionismo en Argentina estuvo presente desde el primer momento de nuestra democracia restablecida en 1983 y tuvo diversos matices y etapas. Pero en términos generales apeló principalmente a dos recursos: 1º) al de la justificación como reacción a una agresión previa, y si bien no fue un invento de estos, el gobierno radical de Raúl Alfonsín en su intención de equilibrar las responsabilidades y tranquilizar al “partido militar”, buscó someter a la justicia a la cúpula militar y a la dirigencia de las dos principales organizaciones guerrilleras, ERP y Montoneros. En el prólogo del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) redactado por el escritor Ernesto Sábato se plantea la doctrina que se conoció como “teoría de los dos demonios”: el enfrentamiento entre dos facciones una de extrema derecha y otra de extrema izquierda y donde el resto de la población y la sociedad civil pareció quedar ajena de ese conflicto y más bien como víctima de una etapa incomprensible. No obstante, no deja de establecer que el Terrorismo de Estado fue infinitamente peor que cualquier otro que pudo haber existido. Sobre esa base los militares y miembros de las fuerzas de seguridad acusados de graves violaciones a los Derechos Humanos construyeron sus defensas: “fue una guerra” y ya habían aclarado con anterioridad una “guerra sucia”, es decir sin normas, códigos ni éticas posibles.

El 2º recurso y es el qué está en curso es de la negación de la cantidad de desaparecidos y asesinados por el régimen militar: “no fueron tantos”, “no fueron 30.000”, dicen sus consignas. Veamos: la cifra estimativa de treinta mil no es un invento caprichoso ni delirante de alguno o varios, a pesar de que aparecieron personajes estrafalarios adjudicándose la invención de esa cantidad. Para llegar a esa aproximación hay una serie de datos y hechos cruzados que avalan este macabro número. Como en la mayoría de los casos anteriores el número de víctimas es siempre una estimación, un acercamiento a un dato que no es posible precisar en forma exacta en primer lugar porque eso fue uno de los objetivos de la represión: ocultar las formas, el modo, los lugares, los nombres; eso no significa que la dictadura desconociese esos elementos, al contrario, llevaban un registro de las detenciones, ya que, y este es el otro elemento propio de los genocidios, estaba organizado y planificado como plan de exterminio.

En un recorrido cronológico de cómo se llega y estima esta cantidad, en primer lugar hay que remontarse a los preparativos del golpe de estado que comenzaron hacia la segunda mitad de 1975 y en la elaboración del Plan de operaciones, allí se establecen los objetivos, sus categorías y prioridades: desde combatientes de las organizaciones revolucionarias hasta dirigentes sindicales y políticos de partidos legales. Con el control absoluto del poder después del 24 de marzo de 1976 y con directivas específicas se dieron a la tarea de una verdadera cacería de opositores y militantes políticos de fuerzas revolucionarias.

En 1977, a un año del golpe Rodolfo Walsh denunciaba en su épica Carta Abierta a la Junta Militar: “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”. Un informe del agente secreto chileno Enrique Arancibia Clavel (jefe de la policía secreta chilena en Buenos Aires), realizado en julio de 1978, indicó que el ejército argentino tenía computados hasta ese momento 22.000 muertos y desaparecidos y dio una clara prueba que los militares llevaban un registro minucioso: “Adjunto lista de todos los muertos durante el año 1975. (…) Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, sito en Callao y Viamonte de esta Capital, que depende de la Jefatura II Inteligencia Ejército del Comando General del Ejército y del Estado Mayor del Ejército. Estas listas corresponden al Anexo 74888,75/A1.E.A. y el Anexo 74889,75/id (…) Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles de identificar, casi en un 100% corresponden a elementos extremistas eliminados «por izquierda» por las fuerzas de seguridad. Se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha. En próximos envíos seguiré ampliando las listas”.

Hacia finales de la dictadura y con el declive definitivo tras la derrota de Malvinas las denuncias sobre las violaciones de Derechos Humanos es ya crónica diaria, frente a esto el último presidente de facto Reynaldo Bignone emite un polémico “Informe Final de la Junta Militar sobre la Guerra contra la Subversión” donde expresaba estos conceptos: “La República Argentina, a partir de mediados de la década del 60, comenzó a sufrir la agresión del terrorismo que, mediante el empleo de la violencia intentaba hacer efectivo un proyecto político destinado a subvertir los valores morales y éticos compartidos por la inmensa mayoría de los argentinos.” (…) “Entre 1969 y 1979 se registraron 21.642 hechos terroristas. Esta cifra guarda relación con la magnitud de la estructura subversiva que llego a contar en su apogeo con 25.000 subversivos, de los cuales 15.000 fueron combatientes. Es decir individuos técnicamente capacitados e ideológicamente fanatizados para matar” (…) “En este marco, casi apocalíptico, se cometieron errores que, como sucede en todo conflicto bélico, pudieron traspasar, a veces, los límites del respeto a los derechos humanos fundamentales, y que quedan sujetos al Juicio de Dios en cada conciencia y a la comprensión de los hombres”.  Allí la Junta Militar enuncia la cantidad calculada (¿cuantificada?) por ellos de víctimas que pasaron por el más de medio millar de Centros Clandestinos de Detención. Este informe fue precedido por el Decreto Confidencial 2.726/83 donde ordena la destrucción de todo el material existente con información sobre la represión ilegal llevada a cabo entre 1976 y 1983 y en setiembre de ese año, un mes antes de las elecciones, decreta una “autoamnistía” para todos los miembros de las FF.AA. y de Seguridad para los casos de violación de los DD.HH.

Finalmente la CONADEP, en un extraordinario trabajo de investigación y sistematización de datos, hechos, lugares, métodos, nombres, llega a registrar en 1984 a menos de un año del restablecimiento de la democracia, 8.961 casos de desaparecidos; entendiendo el contexto de un momento político aun frágil, con muchos familiares temerosos de denunciar o con la esperanza aun de recuperarlos, o fuera del país exiliados; con un partido militar fuerte y condicionando el avance de causas en su contra, de hecho hasta 1985 los militares se juzgarían a si mismos.

Al presente, referentes del negacionismo como Ceferino Reato, Nicolás Márquez o Federico Andahazi entre otros rechazan el número de treinta mil, y explican que la contabilidad oficial actual habla de 6.415 personas, inferior al número de la CONADEP de 1984. Y en el mismo sentido vuelven sobre la simetría del enfrentamiento entre dos bandos armados igualando en un mismo plano los crímenes de “lesa humanidad” cometidos bajo el terrorismo de Estado con las acciones de los grupos guerrilleros. En esa simplificación cayó el intento de Reato de conceptuar el asesinato del entonces secretario general de la CGT José Ignacio Rucci como crimen de “lesa humanidad” y el actual trámite judicial similar por la muerte del Mayor Larrabure secuestrado por el ERP en 1974.

Algunas conclusiones

En el análisis de estos casos históricos, a los que podrían sumarse muchos más, aparecen características comunes en la construcción del discurso negacionista, en primer lugar y como elemento común es minimizar la cantidad de víctimas a los efectos de degradar las denuncias, evidencias, investigaciones, trabajos historiográficos y evadir la Justicia. Sobre este desprecio se edifica el resto de sus argumentos que, como se vio, lleva a al plano final de la reivindicación de esa doctrina y modelo. En segundo lugar encontramos la negación de la sistematicidad y por lo tanto de la planificación, siendo esto otro argumento válido para evadir responsabilidades políticas y más aún jurídicas ¿Quién dio la orden? ¿Existió una orden escrita? ¿Eran directivas taxativas? ¿Estaban obligados a cumplirlas? Tal como quedó plasmado en el nazismo, con pruebas y testimonios concretos, toda masacre en masa requirió de una planificación, de cadena de mandos y una práctica ordenada y normada, igual que en Argentina, Chile y Armenia. Mientras que en los casos de China e Indonesia ante el poder impune se dieron a una masacre abierta con métodos diversos y que fueron afinando con el tiempo. En el caso argentino se dio la paradoja del reconocimiento del sistema vertical del mando para la ejecución de las órdenes, que dio lugar a la doctrina de la “obediencia debida”, es decir, el cumplimiento de órdenes obligatorias de los mandos superiores.

El tercer elemento y quizás el más endeble en su refutación es el de la metodología: negar las cámaras de gas, los guetos, las decapitaciones o los campos de concentración, las ejecuciones sumarias y en masa, los centros clandestinos y los métodos de tortura, el ensañamiento con las mujeres, el sadismo como norma, los vuelos de la muerte tanto en Argentina como en Chile y muchos etcéteras. Testimonios de sobrevivientes, de torturadores arrepentidos o no, ponen en evidencia la brutalidad y el poder impune que solo es posible sobre la base de un sistema establecido y organizado para lograr esos fines; el poder total, el totalitarismo. Estos pueden imponerse cuando logran una base de apoyo social, una minoría que les aportará el necesario sostén político y desde el cual ampliarán hacia otros sectores los fundamentos de su ideología cuyo primer pilar es la identificación de un peligro inminente sobre los valores que simbólicamente sostienen a la sociedad. Valores que sólo ese grupo puede ser portador y garante por lo tanto ante ese peligro se impone identificar a los agentes que amenazan ese orden. He ahí entonces el valor fundante y justificante de los elementos anteriores: en todos las casos no se trata más que de una reacción, justificada y necesaria, obligatoria frente a peligros como el de “disolución social o nacional”, “amenaza de agentes externos”, “cuerpos ajenos al ser nacional”, y así. Esto implicó siempre identificar a esa amenaza, corporizarla y quitarle entidad humana, por lo tanto pasible de su destrucción y exterminio: ser judío, comunista, o la entidad étnica considerada inferior y despreciable. Este es el cuarto y principal elemento del negacionismo. Sobre esto se montan los discursos que bajo la falsa premisa de una discusión en torno a cantidad y forma, buscan desmontar el protagonismo de las víctimas, desmintiendo el carácter de tales para reconfigurar el de parte igual y simétrica; primer paso en la reivindicación de esa causa, ese modelo y sus políticas. Puerta previa a la (re) construcción de un nuevo enemigo, una nueva amenaza y el peligro latente para la sociedad de inocularse nuevamente del virus de la intolerancia, el fanatismo y nuevos totalitarismos.

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