domingo 28 de abril de 2024
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El Gondolín: el hotel trans de Buenos Aires habitado por salteñas

La emblemática residencia recibe a chicas de nuestra provincia que se alejan de los maltratos y prejuicios de la salteñidad machista. Historias de vida que necesitan comenzar de nuevo. (Federico Anzardi)

Cuando toqué el timbre del Hotel Gondolín no sabía bien con qué me iba a encontrar. Era una mañana de julio de 2016 y yo había ido hasta allá a buscar mi nota semanal para el semanario en el que estaba trabajando. Fui con la ingenuidad con la que muchas veces encaro a los posibles entrevistados. Cierta inocencia que me hace pensar que sí, que inmediatamente me van a dar la entrevista que necesito para cumplir con mi editor. Me atendió una chica, que me hizo esperar en la puerta hasta que apareció otra, más grande, con cara seria, que me miró de arriba a abajo con la desconfianza de alguien acostumbrada a que la molesten para cosas que no le convenían. Empezando por la Policía. “Voy a consultar”, dijo, cuando le expliqué los motivos de mi visita: conocer historias de las chicas trans que vivían allí. Tenía un solo dato: la mayoría venía de Salta.

Esa mañana no me dieron cabida. Me hicieron ir al día siguiente. Me quedaba poco tiempo para enviar la nota, pero no quedaba otra que aceptar. Cuando volví, el trato fue otro. Conocí a varias chicas, algunas señoras, todas salteñas, que aceptaron charlar, contar sus vidas pasadas y presentes y hacerme saber que la paciencia es fundamental para poder conseguir, de a poco, las cosas que logran hacernos estar mejor.

El Hotel Gondolín está en Aráoz al 900, en Villa Crespo, un barrio porteño pegado a Palermo que comienza cuando el paisaje moderno y cosmopolita se funde con una zona de edificios bajos, calles tranquilas y vida familiar. Allí sobresale la fachada de azul furioso que en tres pisos contiene 23 habitaciones.

La puerta de la entrada, blanca y sin timbre, conduce al pequeño patio interno a través de un pasillo angosto y oscuro. Lo primero que apareció fue la habitación de Marisa, “La Abuela”, la más veterana del hotel. Al lado dormía Zoe, una salteña que vivía en el Gondolín desde 1999 y convivía con Messi, un silencioso yorkshire. Las dos, junto a Solange, una exvecina de Santa Ana I, eran las referentes de ese lugar emblemático para el movimiento LGBT. Un grupo autogestionado que vivía en comunidad y trabajaba para que sus habitantes consiguieran libertad, respeto y progreso. Algo que todas anhelaban al dejar sus hogares.

“El Gondolín es un lugar en donde recibimos chicas trans que vienen directamente del norte, que se vienen porque son perseguidas por la Policía o no son aceptadas por su familia. Funciona como un albergue, un lugar de contención”, explicaba Zoe. Describía al hotel como un espacio “para darle oportunidad a otras chicas, a nuevas compañeras”. Contaba que todas llegaban “sin nada”: “Las recibimos más allá de que no haiga lugar. No les podemos decir andate. Se vienen a dedo, porque una amiga les prestó para el pasaje o porque lo consiguieron ellas. Se van pasando (la información) boca a boca”.

“No cobramos alquiler, dividimos los gastos entre todas las compañeras. Si se rompe algo se divide entre todas”, decía Zoe, que cuando tenía catorce años intentó dejar la ciudad de Salta a dedo, pero fracasó. Se pudo instalar en Buenos Aires en 1994.

“Me vine obviamente mintiendo, diciendo que una amiga me había conseguido un trabajo decente”, decía Saida entre risas. “Llegué acá por medio de otras chicas. Un día vi en el Face que ellas habían cambiado, se habían operado, y yo no. Y yo quería ser como ellas”, contaba.

En su adolescencia, Saida bailaba árabe a escondidas en distintos eventos. Se hizo conocida en el ambiente y hasta le ofrecieron trabajar en una escuela de danza. “Mi papá ya se daba cuenta porque yo tenía discos, elementos de baile. Hasta que una vez mi papá fue a un quince de una prima. Yo ya era una persona grande y querían que bailara en la fiesta. Y dije basta. Hice el show con mi papá ahí. Cuando terminé, me abrazó y me dijo ‘por primera vez vi lo que sabés hacer’”.

Cuando Saida volvió a Salta, en 2013, estaba cambiada, por fin había conseguido operarse. “Tenía miedo de llegar a mi casa. Todos ya sabían, desde que era muy chica, pero yo tenía miedo de enfrentarlos con esto (señalaba su cuerpo, delgado y exuberante al mismo tiempo), que me vean así. Se sorprendieron mucho, mis hermanas no me dejaban de mirar. Mi hermano me abrazó tan fuerte y lloró”.

También estaba Florencia, de Embarcación. “Me vine por trabajo, porque se vive un poco mejor que allá. Aparte, acá la gente es más abierta y allá sigue todo más cerrado”, contaba. “A mí me daba miedo venir a Buenos Aires, porque es grande, estás lejos de tu familia. Es fuerte. Subí al colectivo y no dormí en toda la noche. Temblaba. Hasta que llegué acá y conocí el lugar. Había chicas de Embarcación y empecé a entrar. Hoy estar acá es muy lindo”.

Solange opinaba que muchas se alejaban de Salta “por la cultura religiosa y social” de la provincia. “Es muy diferente el trato para con una chica trans en el norte y acá. Cuando (las chicas) conocen esto se quieren quedar para siempre porque se sienten libres, están tranquilas”, decía.

“Al llegar acá, cada historia de cada chica te deja pensando. Decís ‘¿Y por qué no le pregunté a mi amiga qué le estaba pasando? ¿Por qué tuve que venir acá para saber lo que le estaba pasando?’. Es muy loco, pero acá te das cuenta de muchísimas cosas. De la niñez, los padres, los vecinos. Acá ves cómo les fue y lo que buscan”, decía Florencia. Agregaba que en Salta las chicas trans son señaladas y burladas porque “la gente de allá es así, te apunta sin conocerte, sin saber lo que una pasa”. “La gente no tolera ver algo diferente. Está bien que exista un hombre y una mujer, pero si somos un tercer sexo, por algo estamos acá. Eso es lo que a la gente le molesta. Tiene para nosotras rabia, odio, burla o que nos estén señalando. No está bueno”, opinaba. Para Ahahí, “cada uno tiene su propio derecho de hacer lo que quiera”.

“Si me decís que vuelva (a Salta), no sé. Mi vida me gusta acá en la ciudad. Acá avanzás más en todo: trabajo, plata, desenvolvimiento. Vuelvo porque tengo mi familia, para vacaciones”, decía Florencia, y contaba que quería estudiar teatro.

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