Tras una década de auge en la lucha por Memoria, el macrismo se empeña en bastardear el concepto de DD.HH., poner en duda certezas ya aceptadas y retomar discursos proactivos de mano dura y gatillo fácil. (Daniel Escotorin)
¿Cuánto de una nueva cultura democrática, basada en la tolerancia, el disenso, el respeto por las minorías y la lucha contra las desigualdades viven hoy en la mayoría de la sociedad argentina? ¿Cuánto se aprendió de los años negros de las dictaduras sucesivas y el terrorismo de Estado desenfrenado de 1976? Es indudable que en términos de conciencia política, valoración del sistema democrático con todas sus imperfecciones y limitaciones por sobre salidas autoritarias, hubo una solidificación de este modelo y una clara idea de rechazo a las propuestas no democráticas. Esto es positivo, es parte de la larga y persistente lucha y la presencia permanente de militantes, dirigentes y organismos de Derechos Humanos junto a organizaciones sociales políticas solidarias con un espacio que nuclea amplias realidades, problemáticas y situaciones del pasado y de nuestro presente.
A lo largo de los noventa y la primera década de este siglo el movimiento de los Derechos Humanos instaló una agenda que hacía hincapié en la lucha contra la impunidad (de ayer y de hoy, decían entonces) a favor de la justicia y la categoría de Memoria era un concepto difuso, o más bien en elaboración como en disputa. El Titanic neoliberal fue el contenedor de esas realidades críticas que sintetizó pasado y presente, amalgamó la alianza social (temporaria) de la clase media con las clases bajas y permitió salir de la vorágine del 2001 hacia un posneoliberalismo progresista a partir del 2003.
Esa década fue el cenit de largo tiempo de lucha por la Justicia y la Memoria. No vamos a entrar en el debate acerca de méritos y laureles, es un sinsentido y no es objeto de esta nota, y sí vamos a destacar el paulatino auge masivo que tomaron los sucesivos 24 de marzo. Se podía pensar que una parte de esa interminable batalla ya cultural, ya ideológica ya de sentidos y siempre política, estaba ganada.
Los brujos piensan en volver…
El triunfo de Cambiemos suponía obviamente el retorno de políticas neoliberales y conservadoras tal como se venían desarrollando en la CABA, pero lo que no se pensó ni imaginó fue que tras el consenso a las políticas públicas socio – económicas vendría una oleada de un ¿nuevo? sentido social: una perturbadora percepción de otro “enemigo”, y por ende peligroso, que empezó por una simplista universalización del oponente no oficialista construido desde la dicotomía PRO vs K, cuyo antecedente era el enfrentamiento K – anti K donde el primero a partir del 2015 representó en el imaginario social del campo antagónico todo lo progresista y por añadidura la izquierda. La maquinaria del sistema se empeñó en desmontar esa paciente construcción de décadas demonizándola, bastardeando el concepto de DD.HH., estigmatizando a algunos referentes y organismos, generalizando claros errores políticos de estos, elaborando imágenes que tocaban el absurdo en torno al discurso ético, poniendo en dudas certezas ya aceptadas (30.000 desaparecidos, por caso) y desde allí retomar con demasiada facilidad, y esto es lo espanta, discursos proactivos de mano dura, gatillo fácil, criminalización de la protesta social.
La primera víctima de esto fue Milagro Sala. Detenida en enero de 2016 lleva dos años presa y parte de la sociedad aplaude esto porque ella representa la máxima expresión de poder piquetero, sus formas y fines son puestos a un jurado social que rápido sentenció la condena. No hay que equivocarse. Sala está presa porque una parte de la sociedad aplaude sin saber el por qué. Otros actores colectivos sufrirán el mismo escarnio como los trabajadores estatales que acusados en un principio de “camporistas” sufren la ofensiva anti Estado del macrismo, que no obstante no se priva de llenar las oficinas con sus níveos militantes desprovistos de cualquier pátina grasosa. Claro, también, blanco fácil: los docentes.
Pero el cambio de marcha y acelerador a fondo vino el año pasado con el caso de Santiago Maldonado. Entonces sí se pudo comprobar que el gobierno estaba en claro plan de construir un abismo entre las partes de la sociedad y puso toda la maquinaria oficial y la de sus aliados mediáticos a ensuciar tanto el desarrollo de la investigación como la imagen del propio artesano desaparecido y entonces allí resurgió con una potencia inusitada ese eco perdido de los años setenta: “algo habrá hecho”, “por algo será”, rebajando además su categoría personal a la de “hippie roñoso”. Es decir a la política oficial declarada por la Ministro Bullrich de “dispare y después pregunte” le acompañó un clamor social importante de respaldo y más represión; luego vendría Rafael Nahuel, joven mapuche asesinado por Prefectura en Bariloche, luego el caso Chocobar justificando el gatillo fácil contra un delincuente y por último el escalofriante caso del niño tucumano de 12 años asesinado por la espalda por la policía de esa provincia, “algo habrá hecho” flotaba en las redes sociales y en ciertos programas de TV.
No olvidemos a los dos jóvenes asesinados a sangre fría por dos policías que como Chocobar no estaban en función, en el Barrio Solidaridad de esta ciudad, pero tampoco que aun en su masividad el movimiento de mujeres es apuntado desde diversos ámbitos de la sociedad y atacado sistemáticamente en todos los aspectos.
Corriendo a la deriva
Mientras en la previa del 24 organismos, organizaciones sociales y políticas, partidos, referentes, militancia varia aprestan sus recursos y energías para mostrar una gran movilización, masiva y multitudinaria con un perfil claramente opositor y de denuncia. Pero no pueden ocultar diferencias que arrastran desde siempre y quedará en claro el 24 mismo cuando columnas de uno y otro sector disputen el espacio y el número de ocupantes de las calles y plazas. Simple crónica que no servirá para plantarse con inteligencia y profundidad frente a una sociedad que como siempre, y otra vez, no puede anclarse en una entidad de valores esenciales para constituir una verdadera comunidad.
Cada 24 de marzo abre nuevos desafíos, debates y miradas del presente que nos obligan a superar la mera retórica del simbolismo de la cronología de almanaque. Cada 24 de marzo la Memoria pide por la Historia, la Justicia va cerrando sus expedientes y nuevos juicios se abren esta vez sobre la conciencia colectiva de una sociedad que no olvida y no perdona, pero que a fuerza de repetir consignas sin sustento se vuelven tan vacías y huecas como el discurso de un sentido común elaborado para no pensar.