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Urtubey en su laberinto | El retorno del FMI retrasará el lanzamiento de su candidatura presidencial

La menor autonomía para el manejo de las economías y los tabúes que pesan sobre el peronismo, deslizaron a Urtubey a retomar un “colaboracionismo condicionado”, mientras parte de la sociedad busca ya una versión no edulcorada de Macri. (Daniel Avalos)

El generalizado despliegue parlamentario que el PJ de los gobernadores protagonizó contra la gestión Macri por el tema tarifario se suspendió. El mismo había profundizado el deterioro de la imagen presidencial que comenzó en diciembre con la reforma previsional y debía culminar con la aprobación del proyecto “anti tarifazos” y el veto del propio Macri a la iniciativa. La combinación de maniobras exitosas, permitieron al peronismo no kirchnerista arrebatarle centralidad parlamentaria a los K mientras los potenciales candidatos presidenciales – Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa o Florencio Randazzo – se aprestaban a capitalizar el desprestigio presidencial.

Pero cuando ese peronismo empezaba a convencerse de la posibilidad de un ballotage en el 2019 y hasta se permitía fantasear con un retorno al poder, el senado nacional suspendió el tratamiento de la iniciativa. La voz de mando llegó de gobernadores y en ello todo tuvo que ver con el inicio de las negociaciones con el FMI que sorprendió y alarmó a los mandatarios.

Lo primero porque transitando hace décadas los pasillos del Poder, los gobernadores saben que para iniciar negociaciones con el FMI se requiere de algo que anuncia los contactos: un plan que explicite el para qué del préstamo y los compromisos que el gobierno asume para acceder al mismo, plan del que ningún gobernador sabía nada porque recién ahora la Casa Rosada empieza a elaborarlo pidiendo auxilio a los propios gobernadores. La alarma, en cambio, se relacionó por un hecho del que los gobernadores saben aún más: recurrir al FMI es apelar al último de los recursos para conseguir financiamiento externo.

A la sorpresa y la alarma le siguió la ira contenida contra un Jefe de Gabinete nacional, Marcos Peña, quién recurrió a los medios hegemónicos para coparticipar las culpas y advertir a las provincias que se federalizarían los ajustes; ira a la que debió seguir una resignada certeza: el retorno al FMI supone para el Estado nacional – pero también para los provinciales – un plan de ajuste que liquida en lo inmediato cualquier tipo de manejo autónomo de las respectivas economías.

El resultado es una situación desopilante: el debilitado gobierno nacional termina pareciéndose a esos ebrios que, desesperados por lograr fiados que prolonguen la borrachera del endeudamiento, es capaz de romperle los dientes a gente que conoce y hasta le cae bien. Del aval de ese ebrio depende, después de todo, la posibilidad de que las provincias puedan financiarse en el exterior, mientras el mismo ebrio es quien controla los estrechos recursos que puedan garantizar la principal de las obligaciones provinciales: el pago de sueldos. No es poca cosa a un año de elecciones que determinarán al presidente pero también a 24 gobernadores.

De allí que estos últimos se muestren prudentes y adelantaran que no interferirán en las negociaciones con el FMI, aunque – desde lejos – advirtieron que los costos políticos de esa decisión corresponden al propio Macri y que la federalización del recorte no debe incluir para ellos una de las clásicas exigencias del FMI: el despido de personal. En ese marco, el proyecto que pone límites a las tarifas y que los senadores nacionales del PJ Federal y del massismo evitaron tratar, puede tener ahora un objetivo distinto al que tuvo en un principio: antes buscaba horadar aún más la adhesión civil al Presidente mientras que ahora – esa y otras iniciativas similares que van a redactarse – pueden ser la piezas fundamentales de maniobras preventivas que adviertan a la Casa Rosada que los mandatarios pueden repeler si las exigencias amenazan el poder de los gobernadores.

Si esas variables de tipo económicas enfrían la posibilidad de una guerra abierta en lo inmediato, hay otras de tipo político que también inciden al interior del peronismo anti K y al propio Urtubey. Y es que ambos penan por distinguirse del kirchnerismo pero también de la historia reciente del justicialismo. El hecho de que en los tensos días de la estampida del dólar muchos rememoraran los días previos al estallido del 2001 no hizo más que reforzar esa conducta. Tiene lógica. Urtubey sabe que la interpretación de aquel estallido es variada: para algunos fue exclusivamente una revuelta popular que estuvo a punto de convertirse en una Comuna de París revolucionaria; mientras otros no dejan de insistir en que tal estallido combinó el obvio descontento social con un claro complot del peronismo en una provincia de Buenos Aires que conducida entonces por Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf trabajó para voltear al simulacro criollo del Luis XVI francés que fue Fernando de la Rúa.

No hay dirigente peronista que desconozca esa versión de las que nunca hablan en público y el gobernador salteño es uno de ellos. Un Urtubey que deseando interpelar a un sector de la sociedad que asocia “PJ” con dirigentes que prescindiendo de doctrinas y plataformas apelan a maniobras de todo tipo para recuperar el Poder; busca desempolvarse del supuesto estigma proclamándose la personalización de una renovación que desea sepultar liderazgos personalistas y enterrar liturgias para recrear conducciones horizontales que permitan reemplazar las nostalgias por las actualizaciones. En su entorno político inmediato -que ahora incluye al consultor español Antonio Sola – aseguran que tal perfil posicionó definitivamente al mandatario salteño en la arena nacional y que la prueba de ello reside en dos aspectos: medios de comunicación hegemónicos que interpretan al salteño como pieza clave del escenario político nacional y encuestadoras que para evaluar el pulso del humor social miden a figuras centrales de la nación en las que siempre incluyen al propio Urtubey.

No obstante lo dicho, remarquemos lo siguiente: independientemente del esfuerzo “U” por despegarse del “peronismo mal visto” y de los temores que anidan en la clase media que demonizan al peronismo; no había elementos suficientes que permitieran una reedición del 2001 durante las dos primeras semanas de mayo: aunque alto, el nivel de endeudamiento nacional no llega aún a los niveles del 2000 y aun cuando el Banco Central desembolsó irresponsablemente entre 10 y 12 mil millones de dólares para frenar la corrida, las reservas federales todavía le permiten al Gobierno central márgenes de maniobras. Lo fundamental, sin embargo, transita por otro lado: el peronismo de hoy en nada se parece al del 2001.

Lo último posee un doble valor analítico: permitir precisar las características y los contextos históricos de la crisis del 2001 y la de hoy; pero también desnuda las debilidades del peronismo actual y del propio Urtubey como parte de él: en el 2001 el peronismo conducía 18 provincias; controlaba por amplia mayoría el senado nacional; también la Corte Suprema de Justicia; contaba con el liderazgo decidido de un Eduardo Duhalde que con una extensa red de intendentes y “manzaneras” cuadriculó casi por completo la provincia de Buenos Aires para efectivizar la beneficencia con mecanismos clientelares; mientras paralelamente denunciaba que la “convertibilidad” asfixiaba a la economía y provocaba un desastre social proponiendo como alternativa un modelo que recuperara la actividad industrial en lo económico y devolviera al Estado cierto rol redistribuidor de la riqueza.

Rasgos hoy ausentes en un peronismo que controla ocho provincias, carece de unidad en el parlamento, también de un “hombre o mujer fuerte” e incluso de un programa claro y alternativo al del gobierno nacional. Sólo en la última semana Urtubey esbozó críticas al monetarismo del gobierno nacional y resaltó la necesidad de reemplazar por inversiones productivas las que hoy son sólo financieras. A esa predica se suman otros mandatarios y también referentes del massismo aunque todos se esfuercen por moderar al máximo los enunciados para evitar que los asocien al kirchnerismo. Marchas y contramarchas que solo terminan por generar una certeza: el peronismo de los gobernadores en sociedad con el Frente Renovador carece de peso específico porque aun cuando varios referentes puedan emitir ideas económicas que suenan bien en el contexto de crisis, la suma de todas ellas están lejos de representar un programa político.

Esa maraña de condicionamientos explica que Urtubey decidiera retornar por lo menos en lo discursivo un “colaboracionismo condicional” que lo obligan a suspender anuncios sobre candidaturas presidenciales que en principio debía ocurrir tras el mundial del fútbol. “Hasta fin de año seguro”, responden a quien escribe funcionarios que presumen saber de los planes finos de un gobernador que todavía no le habla al amplio sector de la población que manifiestan que ya es hora de buscar una alternativa electoral a Macri. “El problema es que la clase media y las capas sociales empobrecidas andan buscando un candidato opositor y el bello Urtubey y el ahora silencioso Sergio Massa aparecen como una versión edulcorada del actual presidente de los argentinos”, sugieren dirigentes bonaerenses de movimientos sociales consultados por este medio que sin embargo no descartan al salteño como un candidato expectable.

Dirigentes que no obstante ello, aseguran que esos sectores afectados por la desindustrialización, la desalarización y la inflación miran con un ojo a Urtubey y a Massa, mientras con el otro siguen los movimientos del kirchnerismo en general y de Cristina Fernández en particular.

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