viernes 19 de abril de 2024
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Un lenguaje vigente en Salta | La “bestialidad” de los originarios según los españoles de la colonia

“Hablar la lengua del enemigo…” de Christophe Giudicelli analiza cómo los jesuitas aprendieron el Kakan cuando sus habitantes fueron desterrados tras una rebelión que dejó aflorar el desprecio español por los originarios en el siglo XVII.

El trabajo académico busca desentrañar una paradoja: tras décadas de intentos, los jesuitas que misionaron en la actual NOA aprendieron el idioma kakán de los calchaquíes cuando la misión que regenteaban dejó de existir porque los indígenas fueron deportados del NOA tras la rebelión que protagonizaron y perdieron militarmente.

La rebelión que mencionamos fue la última de los calchaquíes y estuvo encabezada por el falso Inca Bohórquez. Vamos a resumir aquí – prescindiendo del largo análisis de Giudicelli – las características de esa rebelión encabezada por un personaje de película que había nacido en Sevilla y llegó a América en busca de riquezas. En el Perú los documentos coloniales registran las primeras acusaciones de “embaucador” para ese andaluz conocedor de la cultura indígena, carismático y de gran oratoria. Problemas con religiosos determinaron su destierro al sur de Chile donde se involucró con los araucanos que guerreaban a los blancos lugar del que también se fugó para arribar al NOA. Acá entabló contactos con los calchaquíes y difundió la versión de que descendía de los Incas. Desde entonces jugó con los intereses de todos: a los jesuitas les aseguró que sería el instrumento que la Iglesia precisaba para evangelizar a los indios; a los españoles prometió develar la ubicación de las minas y el sometimiento de los calchaquíes; y a los indígenas les prometió que su reinado garantizaría autonomía. En la ciudad de Catamarca, caciques y guerreros fueron testigos de cómo unos pocos españoles encumbraban al andaluz que se instaló en el pueblo de San Carlos (actual Salta) a metros de una residencia jesuita. Pronto los españoles empezaron a alertar que el “reinado” de Bohórquez resucitaban tradiciones prehispánicas que fortalecían los vínculos entre el “falso Inca” y los caciques calchaquíes. El gobernador Mercado y Villacorta recurrió a intentos de asesinatos y mensajes a los indígenas para alejarlos del personaje entronizado por él mismo. Cuando Bohórquez comprendió que el “amigo por conveniencia” de un año atrás reaccionaría y decidió golpear primero. En agosto de 1658 expulso a los jesuitas de los valles calchaquíes, destruyó las misiones y haciendas españoles. Los jesuitas advirtieron al gobernador que Bohórquez y los calchaquíes se aprestaban a atacar la ciudad de Salta en lo que ya a todas luces era una nueva rebelión calchaquí.

Representación gráfica de Pedro Bohórquez.

Ahora volvamos al artículo de Giudecilli quien recuerda que “los últimos en aprender y practicar el kakán, además de sus locutores naturales e irredentos, fueron los jesuitas, por motivos que remiten a su actuación propia en la ´Misión de Calchaquí´, permanente entre el 1643 y el 1658. La guerra que se inició a partir del 1658 (…) cambió radicalmente la situación. La dramática deportación de los indios, desparramados en una miríada de unidades de importancia variada en las zonas sumisas del Tucumán y más allá, dejó a esos misioneros sin misión con un conocimiento lingüístico que ya sólo les serviría para prestaciones técnicas: oficiar de intérpretes en la tropa, transmisión de órdenes a la milicia de vencidos calchaquíes que componían lo esencial de las tropas de “indios amigos” de la provincia”.

Giudecilli recuerda en su trabajo que uno de los jesuitas que manejaba el kakan era el padre Hernando de Torreblanca, quién relató el ocaso dramático de su trabajo misionero en el crepúsculo de su vida en un escrito que se tituló “Relación histórica de Calchaquí”, escrita en 1696 e inédita hasta finales del siglo XX. Había sido testigo de todo el proceso y de las consecuencias de la derrota militar calchaquí dispuesta por el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta: “Un total de 12.000 personas, según sus cálculos, fue desparramada en los cuatro rincones de la provincia, pero también más allá hasta Santa Fe y las orillas del Río de la Plata. Una cifra que no incluye los cientos de ´piezas´ repartidas entre los soldados y que fueron a parar en distintos puntos del Virreinato” destaca el historiador.

A continuación, el autor explica el desarrollo de la rebelión, las responsabilidades según los actores de entonces y el desenlace final con el desarraigo indígena ya mencionado. En esta nota, sin embargo, buscamos resaltar la noción que los españoles – religiosos incluidos – es cómo los blancos deshumanizan y bestializan a los indígenas porque estos se resisten al sometimiento o la simple conversión al cristianismo. “Varias Cartas Anuas [informes anuales que los jesuitas de la región enviaban al superior de la Orden en Roma] habían lamentado en un estilo eufemístico el escaso resultado de la predicación: en el (…) los idólatras dese valle […] que […] no menos en lo phisico que en lo moral imitan del todo las costumbres de los brutos más indómitos” (…) volviendo al bomito que los vendría alanzar a ellos en el infierno, con que se ven igualmente frustradas todas las amenazas que suelen convencer los ánimos más serviles”.

(…) “En cambio, la correspondencia privada de los misioneros que llevaban largos años viviendo en el Valle de Calchaquí, en San Carlos y Santa María, era muchísimo más violenta. El Padre Juan de León, por ejemplo, no se andaba con tantos rodeos cuando despotricaba contra ´[…] unas bestias malditos delinquentes´, en su carta al encomendero Francisco de Nieva y Castilla. Se felicitaba incluso, en un arrebato muy poco acorde con el tono benévolo y acompasado de las Anuas, de que: ´[…] el capitán Pedro Calderón hisso muy bien en llebarlos encolleras y solo hisso mal en no llebarlos al cabo del mundo y que estubiessen y tapiados con prisiones que esto les conbendría más para su salvación”.

“Para darle más fuerza evocadora al medio, algo radical y bastante poco caritativo que preconizaba para la salvación de esos indios diaguitas que habían sido los principales protagonistas del ´Gran Alzamiento de los años1630–1640´, iba hasta declarar que ´dejarlos en su libertad es como darle un cuchillo a un loco frenético´”.

El historiador recuerda que de los cuatro misioneros el padre Juan de León era el más benevolente con Bohórquez, el peor conceptuado entre sus pares jesuitas que lo consideraban de “ingenium mediocre” y dueño de un exaltado odio contra los indígenas tal vez, dice el historiador, por “haber nacido en Santiago del Estero en 1617” y haber “sido criado si no en el odio, por lo menos en la desconfianza que profesaban generalmente todos los hispano-criollos contra los indios rebeldes”.

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