viernes 29 de marzo de 2024
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Separación Iglesia – Estado | Primero fue Lucrecia Martel, luego Mili Peñalba y ahora Taty Barranco

Medios nacionales reseñaron la lucha de la salteña que impulsó la campaña para separar la Iglesia del Estado. Tiene 35 años, fue a un colegio de monjas, es católica y lesbiana. “Sufrí muchas violencias en nombre de Dios”, declaró.

Todo empezó cuando la media sanción a la ley de aborto legal había quedado en manos del Senado. Taty, como buena salteña sabía la presión que la Iglesia podía ejercer sobre los representantes y se desesperó. Por ello se sentó frente a su computadora y armó un grupo de Facebook: «Campaña Federal para la separación Iglesia/Estado». “No fue un hecho casual y aislado en su vida: el Poder ‘en nombre de Dios’ había atravesado su nacimiento, su niñez, un abuso sexual dentro de su propia familia y su orientación sexual”, reseñó el portal Infobae que le dedicó una extensa nota en el día de hoy.

«Mi mamá creció en el campo, en un lugar muy conservador de Salta. Fue criada por una mujer muy religiosa, que siempre ejerció su violencia psicológica con un rosario en la mano», cuenta Taty Barranco a Infobae. «Mi mamá quedó embarazada de mí a los 19 años y la violencia por parte de esa mujer empeoró. ¿Por qué? Por el dogma religioso y moral que dice que si te quedas embarazada joven sos una prostituta».

Los castigos, la exigencia de rezar y pedir perdón, se extendieron a Taty desde que nació: «Me decía ‘vos no tendrías que haber nacido’. Me acuerdo del día en que tomé la comunión, yo ya tenía puesto el vestido blanco y me estaban ondulando el pelo. Ella vino y me dijo que el vestido de comunión no me quedaba porque yo era fruto del pecado».

Su padre «no aguantó los castigos y se fue», por lo que su mamá terminó criándola sola. «Yo la vi llorar porque no le permitían inscribirme en el colegio de monjas por ser hija de padres separados. Ella quería lo mejor para mí y, a veces los padres creen que lo mejor es ingresar a un instituto privado y católico», dice. «Las monjas tenían el poder de decir quién valía y quién no: en nombre de Dios tenía que dejarse humillar y someter».

“Taty, que es acompañante terapéutica y estudiante de psicología, no está hablando de un pasado muy lejano: tiene 35 años. Lo que sucede es que está hablando de Salta, una de las provincias más religiosas y conservadoras del país”, enfatiza Infobae que para probarlo pone dos ejemplos contundentes: recién hace ocho meses la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió que Salta no puede dictar educación religiosa en las aulas y todos sus legisladores nacionales votaron en contra de la ley para legalizar el aborto.

Taty sigue: «En la escuela no nos daban educación sexual pero nos decían que si teníamos relaciones nos alejábamos del camino que Dios tenía preparado para nosotras. Las chicas que quedaron embarazadas fueron expulsadas, otras se fajaban. Ese era el nivel de hipocresía de quienes supuestamente debían contenerte».

De tener miedo a tener cualquier contacto con un hombre pasó a sentirse «sucia» cuando empezó a notar que le gustaban las mujeres. «Pensaba: ‘Si hay un Dios que me está mirando y si Dios me acompaña, voy a salir a la calle y me va a atropellar un auto’. A ese nivel pueden perturbar tu cabeza». Fueron muchos años de represión porque también en su familia se escuchaban frases del tipo: «Prefiero que sea puta a que sea torta».

También hubo un abuso sexual en la infancia, de parte de un primo mayor de ella: «Yo siempre quería irme, no quería que me tocara. Y él, que iba a la Iglesia y siempre hablaba de Dios, me decía: ‘Quedate quieta porque Dios te va a castigar'».

Taty ahora vive en Tucumán, se convirtió en una militante de temas de Derechos Humanos y género y acompañó a varias chicas a hacerse abortos. De algunas de esas escenas también recuerda la hipocresía.

«El que más me impactó fue el de una chica que abortó porque la madre la obligó. Yo la acompañé a un consultorio en pleno centro. Salió sola, pálida, no sé cómo se mantuvo en pie. La sostuve porque se caía, ningún taxi nos paraba. Bueno, esa chica y su mamá hoy andan con los pañuelos celestes».

La suma de las partes la llevó, el 20 de junio, a activar la campaña que hacía tiempo tenía en mente. Pensó en el pañuelo naranja: en pocos días, el grupo llegó a los 40.000 integrantes. Pidieron diseñadoras y diseñadores para armar un logo y se ofrecieron en tandas, pidieron abogadas y abogados para armar una comisión de asuntos legales y pasó lo mismo, pidieron psicólogas y piscólogos para armar una comisión de género, y mucha gente se ofreció a trabajar gratis por una causa que comparten.

Un mes después de su creación, las actrices Verónica Llinás y Catherine Fulop usaron los pañuelos naranjas en el programa de Andy Kusnetzoff y el tema de la separación de la Iglesia del Estado se instaló. Todavía no se cumplieron dos meses y ya se armaron 40 grupos por ciudades y provincias con el mismo objetivo (ya hay unos 80.000 integrantes).

Quieren, en principio, crear un proyecto de ley «porque en Argentina somos laicos en la teoría pero no en la práctica». Además, organizar una apostasía colectiva al año: una desafiliación «a mansalva de la Iglesia Católica». Todo con un objetivo final: generar un cambio cultural y mostrar el descontento para que la Iglesia pierda poder y, con el tiempo, tenga menos capacidad para meter la cola en las decisiones políticas.

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