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Revolución y muerte | El fusilamiento de Santiago Liniers un día como hoy de 1810

La acción fue ordenada por Mariano Moreno y con ella se inauguraba el aspecto violento de la Revolución de Mayo de 1810: el fusilamiento de quien siendo un héroe popular se había levantado contra el movimiento. (D.A.)

Sumerjámonos en los días fundantes de la historia nacional, cuando el proceso de la independencia estaba en pañales y los revolucionarios decidieron consolidarlo a sangre y fuego. Un hecho clave en esa trama ocurrió un 26 de agosto del año 1810 cuando en Córdoba fueron fusilados Santiago de Liniers y otras cuatro personas y la Junta revolucionaria publicó un manifiesto que para informarlo decía: «Sólo el temor del suplicio puede servir de escarmiento a sus cómplices».

Tras ese acto y el tremendo escrito estaba el ala más radicalizada de la Junta Revolucionaria: Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli que así sofocaron la primera resistencia armada contra la revolución comandada por quien entonces era un héroe por el rol que tuvo al derrotar a las invasiones inglesas de 1806: Santiago Liniers.

Fue este quien desde la provincia mediterránea organizó la resistencia al movimiento de mayo y el 28 de julio la Junta lo condenó a muerte. Las fuerzas que partieron en su búsqueda fueron dirigidas por un comandante de apellido Ortíz de Ocampo quien apresó a Liniers pero no lo ejecutó. Algunos dicen que por su admiración al héroe; otros porque temía que el fusilamiento de un líder popular dañase políticamente a la revolución.

Parte entonces Castelli a ejecutar la orden y al despedirlo Mariano Moreno le recomendó: “Vaya usted doctor, que como los revolucionarios franceses han dicho alguna vez, cuando lo exige la salvación de la patria, debe sacrificarse sin reparo hasta el ser más querido”. Castelli partió al mando de 50 húsares, dio con Liniers y le comunicó su destino que se ejecutó el 26 de agosto de ese año cuando conformó una fila de 6 soldados que lo fusiló. El tiro de gracia lo dio Domingo French, el hombre al que la revistas infantiles lo muestran como un cándido repartidor de escarapelas en la jornada del 25 de mayo de 1810.

La orden, dijimos, había partido de Mariano Moreno, el abogado más prestigioso de Buenos Aires y que era visto por sus camaradas como el mejor capacitado para orientar un poco a la desorientada Junta en esos primeros meses de la revolución. Por eso y a pedido de hombres como Manuel Belgrano, Moreno elaboró un documento que presentó a la Junta tres días después de la ejecución de Liniers.

El documento se tituló Plan de Operaciones y en él daba las directrices para unificar a los revolucionarios con el objeto de que aquellos que no apoyaban el proceso “entraran en razón”. Ese “entrar en razón” suponía el aspecto cruento de toda revolución: obligar a los contrarrevolucionarios a aceptar lo que está en marcha y que siempre supone que lisa y llanamente el bando de lo nuevo imponga su voluntad sobre lo viejo que se resiste a morir.

En lo central Moreno anteponía la urgencia de librar la guerra y forjar un Estado que reemplazara al español; ambas cosas imprescindibles, decía, “para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia”, tal como indica el título del documento histórico. Impulsado por esa desmesurada ambición, Moreno consideró que había que ejecutar un movimiento que se volvió bandera de distintos sectores del país desde 1810 hasta hoy: garantizar autonomía e independencia convirtiendo al Estado en motor del desarrollo lo cual se lograría subordinando a los agentes económicos a los agentes de la política porque según decía “Las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruinas a la sociedad civil”.

Semejante fogosidad explica el final de Moreno quien en diciembre de 1810 fue designado representante del país en Gran Bretaña. Partiría a ese destino el 24 de enero de 1811 aunque nunca llegó a destino. Las autoridades del barco informaron que una enfermedad fulminó a Moreno y que hubo que deshacerse del cuerpo aunque todos sospecharon que fue asesinado por sus rivales internos confirmando que nuestra historia lleva en su ADN esa inclinación hacia lo absoluto que nos priva del concepto de superación y muchas veces de los patriotas que con su fervor ayudaron a parir un país.

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