viernes 19 de abril de 2024
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Para Maxi Sánchez no hay meritocracia | Es reconocido en el mundo, pero el estudiante salteño wichí sigue atrapado en la miseria

El joven despliega un compromiso férreo para incorporar a los suyos a las tecnologías de la comunicación. Superó miles de postulaciones y es finalista del Global Student Prize, pero su esfuerzo no lo saca de la exclusión

El Global Student Prize es un certamen destinado a estudiantes del mundo organizado por la Fundación Varkey en colaboración con la UNESCO. Reparte 100 mil dólares y dos argentinos se posicionaron entre los mejores 50 del planeta. Uno es Lisandro Acuña del carísimo colegio ORT de Buenos Aires; el otro Mario Maximiliano Sánchez, a quienes todos llaman “Maxi” y cursa en la Escuela de Comercio 5005 Juan XXIII de Mosconi. Ambos se destacaron entre 3.500 alumnos de 94 países. En octubre habrá un segundo filtro en el que quedarán diez finalistas y en noviembre se elegirán los ganadores en una ceremonia virtual que se desarrollará desde París.

Nuestro “Maxi” tiene 17 años y es parte de la comunidad wichi. Allí combate la deserción escolar en su comunidad – pronunciada por la maternidad adolescente – y sueña con una escuela secundaria y de oficios destinada a ellos. Con esos objetivos, desarrolla una aplicación que traduce del español al wichi y viceversa. Pese a su corta edad, ya cosechó un puñado de logros: ganó la medalla de oro en las “Olimpiadas de Canguros Matemáticos” y obtuvo el primer premio en el Concurso Provincial de Literatura (poesía de género). También aprendió a arreglar celulares y ofrece tutoriales a sus vecinos.

Ni bien adquirió fama por el logro internacional que protagoniza, las cámaras fueron en su búsqueda. Lo que encontraron fue miseria y exclusión. El sitio “La CrudaNN” del norte provincial mostró cómo vive Maxi hoy en día junto a su abuela a la que llama “madre”: una casucha con catres mal dispuestos donde se amontonan colchones de fundas deshilachadas, prendas de vestir desteñidas en donde varios deben apilarse para dormir para luego despertarse y calentar el agua a base de fuego y parrillas sobre la que posan recipientes ennegrecidos por el calor y el humo.

Las imágenes son elocuentes: la casucha no es distinta a la de miles de casuchas en la que se amontonan miles de originarios salteños: un lote delimitado por cercas de ramas atadas con alambres; precarias construcciones de adobe o simple plástico con troncos que haciendo de vigas soportan un techo de chapas, ramas y hasta arbustos que produce alguna sombra o mal resguarda a sus habitantes del aguacero.

No hay mucho más que decir al respecto. Hay momentos en donde las palabras sobran y la rabia callada hacer chirriar los dientes. Lo único que debería pedirse es que aquellos que se llenan la boca de meritocracia también se llamen al silencio y se pregunten si ello funciona para quienes yaciendo en el fondo de un precipicio, no saben bien si alguna vez vieron los rayos del sol.

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