viernes 29 de marzo de 2024
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No quieren estar con Alberto | La arrogancia del cholaje: Grande y Cornejo harán un homenaje a Güemes «con gente de bien»

Los diputados no estarán esta noche en el Monumento. Lo anunciaron en un comunicado que refleja la soberbia del sector social que traicionó a Güemes y luego se lo apropió para usufructuarlo. Breve historia del cholaje. (Daniel Avalos)

Hay momentos en los que pocas palabras pincelan todo un mundo. A veces son pensadas hasta el hartazgo por quienes desean verbalizar la médula de un razonamiento, otras suelen ser ocurrencias espontáneas que reflejan fielmente las sensibilidades profundas de un colectivo social preciso. Dos diputados nacionales del PRO –Martín Grande y Virginia Cornejo– lo confirman. Fueron invitados por el gobernador Gustavo Sáenz al homenaje oficial a Martín Miguel de Güemes del que participará el presidente de la Nación, pero rechazaron el convite con la arrogancia propia del patriciado salteño del que forman parte.

En un comunicado dijeron que tras “analizar con detenimiento la situación y tomando en cuenta los últimos actos del Poder Ejecutivo Nacional”, decidieron no ir. He allí la arrogancia patricia salteña; la pretensión de superioridad moral sobre quienes no son ni representan los valores de una clase social que hace décadas dejó de darle dirección política al conjunto y carece de mística, aunque sigue evidenciando una enorme vocación de secta al pensarse como un grupo social y políticamente calificado. Por ello rechazan juntarse con el presidente de los argentinos y anuncian que prefieren honrar al héroe “con la gente de bien que arriesga su capital para dar fuentes de trabajo, y no acompañando a quienes estamos convencidos que intentan destruir nuestra República”.

Admitamos que la frase es reveladora. Por asociar “decencia” con posesión de capital y por la soberbia que encierra. Podríamos responder al arrebato de superioridad con una media sonrisa despectiva, aunque también podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿de dónde les viene a estos personajes de apellido patricios –Grande Durand él y Cornejo ella– semejantes ínfulas? Para responder hay que bucear en la historia de nuestra provincia e insertar a esos selectos salteños en el sector social del que provienen. No se trata de un ejercicio de erudición. Se trata de un ejercicio historiográfico y político.

Digamos entonces que el ADN de ese patriciado salteño puede remontarse a los inicios de la colonia, aunque su encumbramiento como clase con poder económico y político se ubica a mediados del siglo XVIII. Siglo de oro para una aristocracia que amasó fortunas proveyendo de insumos y mercancías a las minas del Alto Perú (actual Bolivia). Fortunas devenidas en poder político que se personalizaron en apellidos aún vigentes: San Millán, Durand, Isasmendi, Usandivaras, Saravia Toledo, Fernández Cornejo, Patrón Costas, etc. Selecto grupo que durante siglos encajó en eso que Antonio Gramsci definió como clase principal: facción de los sectores dominantes que impone al conjunto una dirección política e ideológica determinada. Reconozcamos… la capacidad del sector para mantener Poder fue notable; pero indiquemos que esa capacidad estuvo guiada siempre por la defensa de sus propios intereses.

Dos momentos históricos claves de la historia provincial pueden graficarlo. Uno es la Independencia, cuando esa aristocracia se suma a una gesta emancipadora empujada por una España que -a partir de 1750 con las denominadas Reformas Borbónicas- decidió que su decadencia en Europa se remediaría imponiendo a América nuevos tributos. Impuestos cuya fiscalización estaría en manos de funcionarios provenientes de la península ibérica desplazando a los criollos del control del aparato estatal colonial. Y es que la Independencia también fue una empresa contradictoria. Aglutinó a revolucionarios convencidos junto a oportunistas que vieron en el movimiento la posibilidad de arrebatar el poder político a los peninsulares, sin por ello renunciar a la profunda comunión espiritual existente entre ellos y el antiguo orden. A esa facción respondía la aristocracia local que se desencantó de la revolución cuando la guerra los privó de comerciar con el Alto Perú en manos de los realistas, y cuando las nuevas ideas amenazaban un orden social dictado por el espíritu de casta de la España católica. Eso explica la suerte misma de un Güemes traicionado por quienes veían en él a un caudillo dispuesto a cambiar ese orden exigiéndoles sacrificios que ellos, los patricios, vivenciaron como intolerables.

Patriciado tambaleante durante el siglo XIX ante una producción minera decadente y que buscó en el comercio con Chile una alternativa económica al orden roto por la revolución. Patriciado que volvió a tener su época de oro a partir de la presidencia de Julio Argentino Roca, allá por fines del siglo XIX. Roquismo que representó el triunfo de la burguesía portuaria sobre la aristocracia del interior que, sin embargo, aceptó su derrota a cambio de políticas que facilitaron el mantenimiento de su poder regional: protección de la industria azucarera y vitivinícola, más el acceso a cargos importantes del gobierno nacional. Nadie grafica mejor esa situación que el hijo de un patricio salteño de apellido Patrón y de una patricia salteña de apellido Costas: Robustiano Patrón Costas. Con 24 años fue ministro de gobierno (1902-1904) y a los 35 (1913-1916) asumió la gobernación. Fue el propulsor de leyes de protección a la industria vitivinícola y adquirió cientos de hectáreas en Orán en donde fundó el Ingenio El Tabacal en 1920. Ingenio que se convirtió en el más moderno de Latinoamérica, pero también en un símbolo de coacción a poblaciones indígenas obligadas a trabajar en nombre de la civilización.

Un patriciado, entonces, que volvió con fuerza de la mano de un personaje que, otorgándole una direccionalidad determinada a la historia local, controló las riquezas provinciales y hasta el relato histórico de la provincia. Un ejemplo ilustra esto último. Corre el año 1937. La provincia carece de universidades y de casas de estudios dedicadas a la producción histórica. Un gran amigo de Patrón Costas, el Monseñor Tavella, vino a llenar el vacío. En junio de ese año funda el Instituto San Felipe y Santiago cuyo principal objetivo era emprender la reconstrucción histórica de Salta. Las perspectivas ideológicas del Instituto se adivinan: resaltar el papel evangelizador y civilizador de la Iglesia como parte constitutiva de una empresa heroica más amplia que incluye a la corona española y su conquista de América. Ni indígenas, ni negros, ni mestizos, ni cabecitas negras, ni zurdos se destacan en esos relatos; salvo que se subordinen a los valores del mismo.

Con semejante Poder, no sorprendió que empezaran a apropiarse del gaucho guerrillero –Martín Miguel de Güemes– al que horadaron políticamente desde 1815 y ayudaron a asesinar en junio de 1821. Allí podemos introducir a otra institución: la Agrupación Tradicionalista Gauchos de Güemes, cuyo actual presidente –Francisco Aráoz– protagonizó en las últimas semanas conatos de rebelión para garantizar asados a sus miembros y un desfile que el sentido común y la pandemia hacían imposibles. Prescindamos del personaje. Pincelemos la historia de esa institución surgida en septiembre de 1946 para reunir a los gauchos de la provincia. Como no podía ser de otra manera, uno de los mentores fue un patricio de apellido poderoso -Néstor Patrón Costas– y su primer presidente otro salteño de apellido solemne: Ricardo Day.

Gauchos que por intereses de clase ya no podían reivindicar a las montoneras güemesianas que lucharan contras los españoles y se opondrían al dominio de las civilizadas ciudades pro-europeas como Buenos Aires y a las que Sarmiento pincelara en su libro “Facundo” como seres animalizados. Los neogauchos salteños empezaron a parecerse a los que retrató Ricardo Güiraldes en “Don Segundo Sombra”. Ese libro terminado de escribir en 1926, cuando la amenaza gauchesca y federal ya había sido aniquilada por la “civilización” y el folclorismo oficial reinventó al gaucho como un personaje que -mientras aprendía a amar la tierra y las costumbres del campo– se convertían en un potentado estanciero. Gauchos debieron edulcorar al propio Güemes. Destacar su bravura militar, pero disociándolo de la condición de guerrillero, invisibilizando a su vez las apuestas políticas del prócer y cómo éste fue traicionado por quienes hoy se reivindican cual guardianes de sus valores.

Cualquier parecido entre esas “buenas conciencias” y “la gente de bien que arriesga su capital para dar fuentes de trabajo”, con la que Martín Grande y Virginia Cornejo quieren homenajear a Güemes es pura realidad. No se trata de arrebatos individuales. Se trata de la conducta propia de quienes habiendo crecido en determinadas condiciones apoyan a quienes acumulan geografías vacías, no para hacer un gran país sino para convertirse en grandes finqueros. Finqueros que ya no son los patricios de antaño que por impericia empresarial fueron desplazados por nuevos ricos. Situación que los inclina a presumir de una pretendida superioridad moral con la que califican lo que hace bien o mal a un país al que le dan la espalda para concentrarse exclusivamente en lo que el mercado externo les exige. Desde allí Martín Grande y Virginia Cornejo rechazan compartir un homenaje con el presidente. Desde allí y desde un gorilismo bien patricio que detesta a líderes peronistas y sobre todo a las “plebe idiotizada” proclive a enamorarse de “tiranos” o “tiranas”.

No puede sorprender que ambos diputados nacionales salteños sean del PRO, un partido netamente porteño que pide lo que viejos unitarios ya pedían: que Buenos Aires se imponga sobre el interior, el empresario sobre el campesino y el indio, el mercado sobre el Estado y que cualquier ingeniería legal que opte por esto se defina como “república” mientras al resto se descalifica como populismo. Aceptemos que el PRO mantendrá vigencia política, pero resaltemos sin temor a equivocarnos que Martín Grande y Virginia Cornejo no. Han ganado elecciones y no pudieron hacer mucho. El primero ni siquiera pudo desplegar la verborragia que practica en la comarca. Tiene sentido. Es lo que ocurre con aquellos que buscan sintetizar una serie de pasiones hijas de otros tiempos y que sólo pueden convertirse en piezas de museo que los estudiantes deberían visitar para analizar el pasado provincial.

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