viernes 19 de abril de 2024
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No marchamos, pero sobra memoria | Lucrecia Barquet, símbolo de las mujeres que lucharon contra la impunidad en Salta

Lucrecia era una valiente que pensaba, actuaba y resaltaba. Su prestigio era el resultado de una épica linealidad: militancia revolucionaria primero y lucha contra los horrores de los genocidas a los que ayudó a enjuiciar después. (Daniel Avalos)*

La vida de Lucrecia Barquet no podría explicarse al margen del colectivo – Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones políticas y gremiales – en el que militó. Ello no impidió sin embargo que algunos viéramos en ella características que la distinguían sobre el resto. Ahora a la distancia, al evocar su recuerdo, algunas reflexiones del genial escritor portugués José Saramago vienen a mi auxilio para tratar de entender esas particularidades que al no poder explicar cabalmente nos deslizan a preguntarnos por qué si las personas están hechas con la misma materia y fueron amasadas con el mismo barro, algunos salen cobardes y otros valientes; porque entre estos últimos hay quienes se inclinan al pensamiento y otros a la acción; unos por las conductas introvertidas y otros por las extrovertidas; algunos que resaltan mucho y otros no tanto. Pero lo cierto es que Barquet era valiente, pensaba, actuaba y resaltaba. Su prestigio lejos de ser un milagro, era el resultado de una linealidad que echada a andar por el horror de la dictadura se desplegó hacia un horizonte que terminó enjuiciando a quienes planificaron el horror.

Había nacido en noviembre del año 1932 en Tucumán, pero vivió gran parte de su vida en Jujuy y en Salta. Curiosa e injustamente murió en febrero del 2004 sin poder apreciar que su lucha había dado resultados cuando los asesinos a los que siempre denunció terminaron juzgados y condenados por la Justicia. Entre esos dos puntos, Lucrecia fue señalando a toda una generación (la mía) el horror protagonizado por la dictadura al tiempo que reivindicaba a las víctimas de ese horror y a quienes se animaron a denunciarlo.

Ella fue protagonista principal de un capítulo enorme de ese libro épico. Lo hizo protagonizando una lucha plagada de avances y retrocesos, cambios de marcha, frenos y aceleramientos que sin embargo nunca perdió de vista el fin último. Mujeres como Lucrecia educaron sobre aquello que los gobiernos y los poderes silenciaban en nombre de la reconciliación. Por ellas fuimos estudiando qué cosas no queríamos más; con ellas aprendimos que un Golpe de Estado era el momento violento en que ciertas estructuras de poder conseguían la fuerza para derrocar un gobierno sin contar con apoyo social; que los golpistas lo hacían en nombre de los mejores valores, aunque siempre escondían las peores; por ellas descubrimos también que el nuestro era un país de cultura golpista, pero que el Golpe del 76 había implicado una ruptura total con esa tradición al inventar los campos de concentración y la desaparición de personas.

No es exagerado enfatizar que la figura de Lucrecia Barquet condensa y sintetiza esa lucha incansable contra la impunidad y por la justicia. Personalmente, la “descubrí” cuando, aún adolescente, participé de mi primera marcha, cuando las leyes de Punto Final y Obediencia Debida confirmaron que la democracia no siempre puede o quiere ir contra las corporaciones y termina pactando con la impunidad. La conocí cuando ya siendo estudiante universitario iba a su encuentro para que me contara sobre aquellos lejanos tiempos de la revolución. Lucrecia era siempre la misma: la mujer de ojos claros que evidenciaban una resolución absoluta. El tiempo fue acumulando en su cuerpo años y luchas que la debilitaron físicamente, pero que nunca pudieron quitarle el vigor de la mirada y la firmeza de los gestos. Lucrecia finalmente murió haciendo lo que había hecho durante décadas: militando por los derechos humanos como una máquina silenciosa que reevaluaba permanentemente su pasado personal y el de su país.

Lucrecia entregada a la lectura alegre. (Foto: gentileza de Lucrecia Lambrisca, hija de Barquet)

Una digresión histórica se impone para contextualizar la lucha de Barquet. Y es que la lucha por los Derechos Humanos en nuestro país tiene sus singularidades. Los uruguayos o chilenos, por ejemplo, tuvieron en sus políticos exiliados a las personas claves en la denuncia internacional de sus respectivas dictaduras. Muchos de los nuestros se ahorraron el desarraigo y las molestias que las denuncias suelen causar a cambio de un silencio violado por pocos (Simón Lázara, Oscar Alende o Raúl Alfonsín). Por ello, las denuncias de la dictadura en el exterior recayeron también en muchos militantes de las organizaciones populares de los 70. Organizaciones diezmadas por una derrota política a la que le siguió el aniquilamiento físico que impuso a esas organizaciones un cambio de objetivos desde el 76: denunciar y documentar la represión.

Fue el caso, entre otros, del Partido Revolucionario de los Trabajadores en EE.UU. en donde organizó el AISC (Argentine Information Service Center) y la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos). Hacia 1979 confeccionaron la lista de desaparecidos más completa hasta entonces elaborada y que registraba 13000. Fueron ellos los que influyeron en congresales norteamericanos que exigieron explicaciones a la Junta Militar; también en ellos recayó la organización de las primeras visitas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a ese país; y ellos propiciaron la gira de un Oscar Alende convertido en el primer político argentino en denunciar en el exterior el terrorismo de Estado.

Volvamos ahora a Lucrecia para recordar que el esfuerzo de los de afuera se articuló con el heroísmo de los de adentro para parir una lucha de pocos que se extendió a muchos. Barquet conoció ambos escenarios. Su militancia en el P.R.T. determinó su detención en el 76 cuando el sueño de la revolución estaba roto. Recuperó su libertad y ocupó una nueva trinchera: la “Comisión Nacional de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones políticas y gremiales”. En 1979 tuvo que exiliarse en Suecia para retornar a Salta un año después y fundar la filial de la comisión aquí. La Democracia la encontró impulsando juicios a los principales represores locales con recursos magros y la indiferencia abundante de quienes siempre exigen “mirar” para adelante. Cuando el peso de los años la alejó de las calles, su militancia devino en una obra que, compilando notas, testimonios y documentos, dan cuenta de la represión en Salta.

Poco después de su muerte, la Universidad Nacional de Salta tuvo la acertada decisión de declararla “Doctora Honoris Causa”; aunque esa misma Universidad, por cuestiones de decoro político seguramente, prefería obviar la militancia de Lucrecia en el P.R.T. en donde había compartido la plenitud de un sueño trunco junto a compañeros luego muertos o exiliados. A Lucrecia Barquet le importaba mucho la lucha por el Juicio y Castigo y por ello quienes la conocieron casi siempre la recuerdan del mismo modo: buscando recursos para solventar los gastos de la Comisión, buscando un lugar en donde pudiera reunirse con sus compañeras, recorriendo medios que le ayudasen a amplificar la lucha, organizando los tendederos con las fotos de las víctimas cada 24 de marzo y muchos otros etc. que de ser detallados requerirían de varias páginas.

Algunos creemos que esa lucha nunca fue demasiadamente recompensada en vida. La Justicia de esta provincia nunca le dio la justicia que buscaba. A veces creo que a Lucrecia la mató la injusticia. Y ahora que la justicia y cierta política remedia en parte sus complicidades con la impunidad, esa política y esa justicia se arrogó los méritos que fueron particularmente de otros: entre ellos el de Lucrecia y sus compañeras que siguen en la lucha y hoy andarán extrañando el calor de la marcha, pero pensando las formar de seguir atizando en fuego de la memoria.

*Este artículo fue publicado por el autor en CUARTO el 12 de mayo del año 2018, en ocasión de que inadaptados rociaron con pintura negra el portal que lleva en nombre de Lucrecia Barquet en el Parque San Martín.

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