martes 23 de abril de 2024
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Salta

Museo de Arqueología y Alta Montaña | Los niños de Llullaillaco y las controversias sin fin

Las momias prehispánicas mejor conservadas del mundo y que se exponen en nuestra ciudad, siguen despertando el debate. Un artículo publicado en un medio nacional retoma la polémica.

La historia es conocida por muchos salteños: los cuerpos momificados de los tres niños que habían sido sacrificados en un santuario de la montaña Llullaillaco (6.700 metros de altura) se exponen en el MAAM desde el año 2007 y forman parte del patrimonio cultural de la provincia de Salta. El hallazgo arqueológico, ocurrió en el año 1999 con una expedición dirigida por el antropólogo norteamericano Johan Reinhard y la científica argentina Constanza Ceruti, al mando de catorce personas de la Argentina, Perú y los Estados Unidos.

“La hipótesis más aceptada hasta la actualidad sostiene que los niños fueron ofrecidos en sacrificio en el marco de la Capacocha (o Capac Hucha), una serie de fiestas y ofrendas de agradecimiento que se realizaban en el tiempo de cosecha y que fueron documentadas en diferentes ocasiones por los cronistas españoles. Aunque no hay certezas sobre el lugar en que nacieron, se cree que fueron enviados hasta el Cusco -el centro simbólico del mundo inca- desde sus zonas de origen con el objeto de participar de las ceremonias de la Capacocha. Tiempo más tarde debieron recorrer unos 1.500 kilómetros a pie hasta el volcán Llullaillaco donde fueron enterrados con vida como sacrificio al dios Viracocha”, dice un extenso artículo publicado por Perfil.

El territorio donde se encuentra el Volcán formaba parte del Collasuyo, la región más austral de las cuatro que integraban el imperio y el ritual de la Capacocha se realizaba a lo largo y lo ancho de todo el Tahuantinsuyo y adquiría características particulares en cada región. Se cree que el objetivo de los sacrificios era enviar emisarios a los dioses con las peticiones del pueblo. “En la religión incaica cada ser vivo o muerto (…) tenían una fuerza vital que los animaba. La muerte era entendida como un viaje difícil desde una vida hacia otra y los difuntos eran enterrados con alimentos y un ajuar conformado por objetos de uso personal y miniaturas que reflejaban las costumbres de los pobladores. Desde esta cosmovisión, los incas consideraban que los niños ofrendados no morían sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Es por ello que no debe juzgarse el ritual desde una perspectiva contemporánea”, precisa el artículo.

Tras describir cada uno de los niños, el artículo se centra en la controversia que tal exposición pública genera y se cita el artículo “Los controversiales niños sacrificados del Volcán Llullaillaco ¿Son de todos, de muchos, de pocos o de nadie?”, del antropólogo e investigador Christian Vitry, quien no sólo es miembro del equipo del M.A.A.M. sino que también participó de la expedición de 1.999.

Allí Vitry sostiene que las momias forman parte de un patrimonio cultural que fue consensuado por toda la comunidad. Tras un análisis de los diferentes reclamos señala que a lo largo de 500 años se ha dado una serie de modificaciones geográficas y políticas que impiden determinar el origen de los niños e incluso si pertenecen acaso a la misma región del hallazgo. Por otra parte, asegura que devolverlos al lugar donde fueron encontrados sería condenarlos a su desaparición pues quedarían en un lugar inhóspito, sin la posibilidad de controlar el patrimonio que finalmente sería presa de los buscadores de tesoros, tal como sucedió con “La Reina del Cerro”, el cuerpo momificado de una niña hallado en el cerro Chusca en 1922 que sufrió un deterioro significativo como consecuencia del tráfico ilegal de bienes culturales”, asegura.

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