viernes 19 de abril de 2024
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“Mi sabiduría viene de esta tierra”: 48 años de la U.N.Sa, cuando el sueño era servir a las necesidades populares

La pandemia opacó el aniversario de la Ley 19.633 del 11 de mayo de 1972. Por entonces los estudiantes pedían una universidad que forme a un salteño partícipe de los problemas de la región.

Un breve repaso por los medios gráficos de la época nos aproxima a noticias que recordaban que la lucha por contar con una universidad pública en Salta había tomado dos décadas. Las notas gráficas del 12 de mayo de 1972 estaban ilustradas con estudiantes universitarios eufóricos que daban vueltas a la plaza 9 de Julio festejando un triunfo que obviamente sentían suyo.

Y en esos días de euforia, todos discutían qué modelo de Universidad pretendían. La sugerencia común era poner la “creación” al servicio del medio en donde se levantaría. Incluso el presidente de la F.U.A. que había llegado a Salta para participar de esas discusiones declaró a la prensa que la U.N.Sa. debía formar “antes que a un técnico, a un hombre argentino, integrado culturalmente y partícipe de los problemas de su región y su época (…) al servicio de las necesidades populares”.

El ex presidente de facto, Agustín Lanusse, anuncia la creación de la UNSa.

Los profesionales no se quedaban atrás. Preveían conformar un Instituto de Desarrollo Regional con investigaciones que impulsaran la región y una docencia que “proporcione elementos científicos capitalizables por el alumno en su búsqueda de comprensión de los problemas que afectan al país y el NOA”. Preocupaciones finalmente plasmadas entre los fines institucionales de esa universidad y que se resumieron de la siguiente manera: orientación regional, proyección cultural, generación de conocimientos, sensibilidad con el medio, educación desde perspectivas éticas.

Se trataba de una promesa enorme y bella que en algún momento dejó de funcionar. Las explicaciones abundan para explicar. Primero abofetearon los sectores fascistas del peronismo de entonces que atacaron el intelectualismo universitario en donde decían que anidaba la subversión. Luego el golpe del 76 que la vació de fines, contenidos y recursos humanos que pueden corroborarse empíricamente con estadísticas que la propia universidad publicó en 1.991: si en 1975 había 4662 estudiantes, los mismos descendieron a 3716 en 1979; mientras los 573 profesores de 1975 se redujeron a 451 en 1976.

 

La democracia encontró entonces una universidad débil, sin potencia transformadora ante aniquilamiento físico y el desarme moral de los sectores que habían impulsado su existencia. La primavera alfonsinista revitalizó la población universitaria en todos los claustros, pero la Universidad estaba en manos de políticas y funcionarios medios o altos que habían accedido a los cargos en los años de plomo. Desde entonces el recorrido ha sido zigzagueante y resultaría injusto esbozar críticas o cuestionamientos sin detenerse a desarrollar los múltiples pliegos de la realidad social que expliquen y hasta disculpen ciertos recorridos.

Cerremos entonces este breve homenaje tratando de recordar a aquellos jóvenes y entusiastas docentes que en la segunda semana de mayo del año 1972 vitoreaban en la Plaza 9 de Julio el logro mientras discutían al servicio de qué debía ponerse el mismo. Eran nietos de la generación de universitarios que en 1918 protagonizaron la Reforma Universitaria e hijos de la convulsionada década del 60 en donde la idea de “revolución” redujo el concepto de “reforma” a la blanda pretensión de querer cambia una parte del todo, cuando el pensamiento de lo absoluto deslizo en los 60 y 70 a querer cambiarlo todo.

Pero sobre todo eran jóvenes y puede que el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba constituya el acta de nacimiento de la juventud argentina del siglo XX. “El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa. La juventud vive siempre en trance de heroísmo, es desinteresada, es pura, no ha tenido tiempo aún de contaminarse”. Una juventud, entonces, que lejos de percibirse como un sector que demandaba derechos particulares, se había convencido de que cargaba con un deber para con el conjunto de la sociedad valorándose a sí misma según el grado de entrega a esa práctica colectiva.

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