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Mario Roberto Santucho y los orígenes de la guerrilla marxista argentina

Un día como hoy de 1976 cayó bajo las balas militares el fundador y jefe del ERP. Para algunos personifica el terror subversivo; para otros un ser entregado a la palabra revolución que caracterizó a toda una época. (D.A.)

El nombre de Mario Roberto Santucho representa valoraciones antagónicas. Para algunos personifica el odio subversivo; para otros un ser entregado a la revolución. Lo cierto es que un día como hoy, pero de 1976, el jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo cayó bajo las balas de un capitán de apellido Leonetti quien junto a 3 militares se dirigieron a un departamento de Villa Martelli en busca de Domingo Mena – también guerrillero – aunque jamás pensaron encontrar allí al líder de la organización.

La puerta del departamento se abrió ante el llamado del portero del edificio que, obligado por los militares, tocó y ante la pregunta de “quien es”, respondió “El portero, Rubén”. Según las declaraciones de Rubén la balacera fue infernal y en ella murieron Santucho, varios guerrilleros y el mismo Leonetti. No obstante, los cuerpos de los primeros nunca aparecieron y forman parte de los miles de argentinos/as desaparecidos.

Santucho, Urteaga y Gorriarán Merlo.

Santucho había nacido en Santiago del Estero en el seno de una familia en donde la política lo era todo. Su padre fue diputado radical y entre sus hermanos se contaban frondicistas, peronistas, seminaristas tercermundistas y un apoderado del Partido Comunista. En la librería de uno de ellos se organizaban conferencias con intelectuales reconocidos de la época. En julio de 1961 Santucho fundó el Frente Revolucionario Indoamericano Popular, un embrión de partido inspirado en las ideas de los peruanos Haya de La Torre y José Mariategui. El periódico de la organización se denominó “Norte Revolucionario” y contaba con su versión en quechua “Canchaj”, dando cuenta del claro interés que sentía por la problemática indígena.

Por entonces Roberto estaba casado con la salteña Ana María Villareal y militaba en la Facultad de Económicas en Tucumán, se había recibido de Contador, había viajado a la Cuba revolucionaria y estaba convencido de que siendo la economía azucarera el sector clave de la región, los obreros del azúcar jugarían el rol de vanguardia revolucionaria y por ello decidió instalarse en Tucumán.

Allí el FRIP se unió a la organización trostkista “Palabra Obrera” y en 1965 conformaron el Partido Revolucionario de los Trabajadores que en 1968 adoptó la lucha armada como herramienta. A pesar de su guevarismo, el PRT adopta el modelo vietnamita según el cual “en la guerra revolucionaria (…) el partido manda al fusil” aunque el paso del tiempo mostrara que la “razón política” declamada, no pudo terminar con la “razón militar” que relegó la política a un segundo plano en nombre de la acción.

Para muchos he allí la clave que determinó la derrota política y militar de la organización marxista más importante de los 70. El tiro de gracia fue la muerte del propio Santucho que algunos celebraron por considerarlo un feroz terrorista, mientras muchos otros lo lloraron por considerarlo un idealista. Para ejemplificar esas visiones antagónicas podemos recurrir a dos figuras descollantes de aquellos tiempos.

Robert Cox es uno de ellos. Director del diario Buenos Aires Herald fue uno de los pocos periodistas que se atrevió a denunciar la desaparición de personas en plena dictadura militar, conducta que le granjeó el reconocimiento de las Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, el miércoles 21 de julio de 1976 se refirió a la muerte de Santucho en los siguientes términos. “Va contra la naturaleza humana el alegrarse ante la muerte de otra criatura humana, pero la gente más decente y la de mejor corazón (…) no podrá evitar un sentimiento de profundo alivió ante la noticia de la muerte, el lunes por la tarde, de Roberto Mario Santucho”.

Del otro lado, citemos al polaco Witold Gombrowicz, el premio Nobel de Literatura quien recorriendo nuestro país hizo contacto con la familia Santucho y escribió del guerrillero lo siguiente: “Es un muchacho de ´color subido´, cabellera negra ala de cuervo, piel aceite ladrillo, boca color tomate, dentadura deslumbrante. Un poco oblicuo, a lo indio, robusto, sano, con ojos de astuto soñador, dulce y terco. Y algo más (…) es un soldado nato. Sirve para el fusil, las trincheras, el caballo (…) En general, ellos me recuerdan mucho a Zeromski y sus compañeros de los años 1890: entusiasmo, fe en el progreso, idealismo, fe en el pueblo, romanticismo, socialismo, patria”.

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