jueves 28 de marzo de 2024
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La pasión por los libros en la Salta de fines del siglo XIX

¿Qué leían los salteños y salteñas en abril de 1896? Los diarios de la época ayudan a responder la pregunta. (Raquel Espinosa)*

En abril de aquel año, el diario La Reforma da cuenta de “un importante remate sin base”, sobre el que se anuncia: “¡Libros! ¡Libros!” A continuación da cuenta de un espléndido surtido de obras selectas y escogidas, lujosamente encuadernadas. Los autores mencionados son los que reconocía el canon literario del siglo XIX: Chateaubriand, Sué, Solis, Sandeau, Víctor Hugo, Dumas, Cervantes, Feijoó, Quintana, Escrich, Moratín, Dickens, Walter Scott y otros. Muchos de ellos se convirtieron en clásicos y siguen produciendo placer en quienes los leen o releen en estas épocas de cuarentena.

Volviendo a la escena de 1896 me imagino a los caballeros y damas que se acercarían a la subasta anunciada. Adivino el placer al encontrarse con esos objetos tan preciados,  los ojos curiosos recorriendo los títulos y las ilustraciones, las manos ávidas acariciando las tapas y pasando con delicadeza o fruición las gruesas páginas, hombres y mujeres percibiendo el olor del papel. Luego, las preguntas por los precios, las ofertas, las posibles competencias, el regateo y, finalmente, la adquisición. ¿Quién se habrá llevado algún Quijote? ¿Quién Atala? ¿Cuánto habrán pagado por El sí de las niñas? ¿Cómo vendrían encuadernados La dama de las camelias o Los Miserables?

El artículo del periódico es de por sí muy elocuente al anunciar el producto de la licitación: “¡Libros! ¡Libros!”. Oraciones unimembres y exclamativas. Sí, pero mucho más. Constituyen una invitación, una exhortación, ¿una tentación? ¿una provocación? El librero quiere vender y con estas oraciones el periódico encuentra la mejor forma de publicitar el producto. ¿No resuenan en ellas las palabras empleadas ante un hallazgo inesperado: ¡Oro! ¡Oro!? O aquel otro enunciado que transmite la alegría del avistaje: ¡Tierra! ¡Tierra!?

El breve texto de La Reforma dice: “¡Libros! ¡Libros!” Esas oraciones exclamativas, una sola palabra pronunciada dos veces constituyen, podría decir, una estrategia ancestral en el terreno literario y, también, en el ámbito comercial. Insistir para remarcar, para despertar la atención, para animar al público, para despertar la curiosidad. El publicista conocía los beneficios de las figuras retóricas. Seguramente la estrategia habrá resultado exitosa para el oferente y varios salteños y salteñas (entre aquellos que sabían leer, lógicamente) habrán adquirido esos productos para disfrutarlos en sus hogares y atesorarlos en sus bibliotecas.

En esta cuarentena a las que nos destinó la pandemia de 2020 recurrimos a los libros impulsados por distintos motivos. Hemos vuelto a leer y recomendamos o nos recomendaron a nosotros: La peste de Camus, El Eternauta de Oesterheld, La peste escarlata de Jack London, Diario del año de la peste de Defoe, etc. con el objetivo de entre-tenernos o de encontrar alguna similitud con lo que nos está pasando, con la angustia que a veces nos atrapa, con el dolor, con el miedo, con la incertidumbre y, finalmente, con la certeza de la fragilidad y lo efímero de la vida humana. Buscamos así darle sentido a esta situación en la que estamos inmersos.

Proyectándonos con imaginación y lecturas hacia el pasado que aquí evocamos a través de La Reforma, podemos vislumbrar situaciones similares a las actuales. ¿Cómo transitaban sus vidas quienes habitaban nuestra provincia hacia fines del siglo XIX? Veamos sólo un caso. En el Archivo Eclesiástico de Salta podemos acceder al Libro de Defunciones de Anta y descubrir, por ejemplo, que una mujer de nombre Atanasia había quedado viuda el 11 de mayo de 1891. Un año después, con una fatalidad casi novelesca, el 11 de mayo de 1892 participa del entierro de su hijo Juan Fabián. El 12 de mayo, será el turno de José Wenceslao de sólo seis años, el 13 de mayo entierra a Silverio de 14 años y el 14 de mayo, a Manuel Eduardo de 20 años, todos fallecidos a causa de la viruela, la enfermedad causada por un virus letal para la época.

La lectura de estas páginas, a diferencia de los libros promocionados por el periodista antes mencionado, no produce euforia. Lejos del placer literario la cruda realidad escribe la tragedia. Me pregunto entonces frente a estos datos enunciados sin oraciones exclamativas: ¿habrá sobrevivido muchos días más esa madre?  Si lo logró ¿habrá podido recomponer su vida y su mundo estallado en mil pedazos?

El dantesco escenario adquiere mayores dimensiones si uno piensa que estos hechos sucedieron lejos de la ciudad, en una zona rural sin las comodidades actuales, sin los recursos básicos para paliar la situación, con una población aislada en muchos aspectos y demasiado vulnerable.

Ante la cuarentena establecida para la pandemia del año que transitamos varios tenemos como refugios la cercanía a la ciudad o el pueblo y nos cobija la casa, aunque suframos a veces una extraña sensación de encierro. Y, además de la casa, los libros a los que ahora podemos acceder a través de variados medios y soportes. En las zonas rurales de aquella época, y de éstas también, el encierro se produce, paradójicamente, en vastas regiones “abiertas” pero desamparadas. Aunque no le dijeran que se quedara en casa, ¿adónde podría haber encontrado una salida Atanasia?

 

*El artículo fue publicado por la autora por primera vez en abril del año 2020, cuando el confinamiento por la cuarentena deslizó a varios a retomar la pasión por la lectura.

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