jueves 25 de abril de 2024
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La columna de Sandra Carral-Garcin | El Síndrome del Edificio Enfermo: conceptos aplicables a la vida cotidiana

El SEE es un concepto amplio que abarca no sólo las consecuencias de ciertos factores de riesgo presentes en oficinas y ambientes de trabajo, sino que últimamente se dirige también a los efectos presentes en casas y departamentos privados.

En nuestro país, la normativa vigente en Salud y Seguridad en el Trabajo condiciona y reglamenta los aspectos relacionados con los diferentes tipos de riesgos presentes en la actividad laboral (riesgos derivados por la falta de seguridad y el uso de tecnología, riesgos ergonómicos y psicosociales, riesgos físicos del ambiente de trabajo, riesgos químicos y biológicos, riesgos derivados del lugar de trabajo, riesgo de interferencia).

Fuera de ese ámbito, interesa recuperar estas definiciones para su aplicación en la vida de todos los días, dado que el ambiente interior en el cual uno desenvuelve su vida va más allá del ambiente de trabajo.

La OMS -Organización Mundial de la Salud- en 1982 define el SEE -Síndrome del Edificio Enfermo-, que ya venía conceptualizándose desde 1970, como un “conjunto de molestias y enfermedades originadas o estimuladas por la mala ventilación, la descompensación de temperaturas, las cargas iónicas y electromagnéticas, las partículas en suspensión, los gases y vapores de origen químico y los bioaerosoles, entre otros agentes causales identificados que produce, en al menos el 20% de sus ocupantes, un conjunto de síntomas inespecíficos, sin que sus causas estén perfectamente definidas”.

Así, extrapolando las condiciones que se analizan en el ambiente de trabajo hacia el ámbito privado de una casa o departamento de habitación, sus efectos son similares en cuanto a que permanecen mientras uno se encuentra en el lugar, y mejoran o desaparecen al retirarse. De allí la importancia de identificar las causas de los malestares, que pueden ser agudos o crónicos, según la permanencia en el ambiente enfermo (que convendría llamar “enfermante”).

Los factores de riesgo ambientales pueden ser físicos, químicos o biológicos. Entre los contaminantes químicos, los más significativos son el CO2 -dióxido de carbono-, el CO -monóxido de carbono-, aldehídos -por ejemplo el formaldehído-, óxidos de nitrógeno y vapores orgánicos (evidentemente, si consideramos los ambientes de trabajo, ciertos contaminantes están más o menos presentes según el tipo de actividad). El humo de tabaco, prohibido en edificios públicos, es un gran liberador de estas sustancias.

Cuando se encara la construcción, la decoración y el amoblamiento de una vivienda, es muy importante la selección de materiales de acuerdo con un criterio sanitario que tenga en cuenta estos aspectos. Puesto que las emisiones serán permanentes (con cierta disminución en la línea de tiempo) y el habitante del lugar quedará expuesto a esos enemigos invisibles sin la menor noción de su existencia.

Los domisanitarios utilizados en la limpieza y mantenimiento, también pueden contribuir a la degradación química del ambiente, con efectos opuestos a la intención de aplicarlos (“ensuciarán” el ambiente en lugar de limpiarlo). Por ello es fundamental que sean productos debitamente aprobados por la autoridad competente (en nuestro país, la ANMAT -Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica), que cuenten con el etiquetado correspondiente a las normas vigentes, y que sean utilizados correctamente. Según la ANMAT, son domisanitarios “todas las sustancias o preparaciones destinadas a la limpieza, lavado, odorización, desodorización, higienización, desinfección o desinfestación, para su utilización en el hogar, y/o ambientes colectivos públicos y/o privados”.

Y no hay que olvidar los contaminantes químicos exteriores que ingresan por diversas vías a un ambiente privado, debidos a las emisiones provenientes de automotores o emanaciones o efluentes de actividades comerciales o industriales.

La ventaja de los ambientes de trabajo en comparación con los ambientes domiciliarios es que todos estos riesgos, supuestamente, están debidamente identificados, medidos y evaluados de acuerdo con la normativa vigente, mientras que en un ambiente privado pueden ignorarse los contaminantes químicos presentes (cualitativa y cuantitativamente). Pero es un importante factor a tener en cuenta en el caso de presentarse ciertas anomalías en la salud.

Son factores biológicos las bacterias, virus, hongos, ácaros, etc. Últimamente, con la actualidad de la pandemia por la COVID-19, la población entera ha despertado a los cuidados necesarios para la bioseguridad de su lugar de habitación (igualmente, es importante seguir las recomendaciones pertinentes para evitar el mal del exceso).

Como factores físicos de riesgo consideramos la iluminación, los ruidos y vibraciones, la contaminación electromagnética, la temperatura, la humedad, la ventilación.

Una buena ventilación (mayor a 10 litros/segundo por persona) asegura la renovación del aire interior en los ambientes cerrados. En relación con los ambientes climatizados, es importante la limpieza de los filtros de los equipos de aire acondicionado con la frecuencia correcta según lo indicado en las especificaciones técnicas y de acuerdo con su utilización. En general, la ventilación es controlable en casas y departamentos. La mala ventilación, la falta de aire fresco por ventilación natural, es una de la causas más importantes del Síndrome del Edificio Enfermo. La presencia de polvo total (de origen inorgánico u orgánico) dependerá de la ventilación y la limpieza en el interior de un ambiente así como de las emisiones que vengan del exterior.

El confort térmico corresponde con las buenas condiciones de temperatura y humedad relativa. Éste último es un factor que no se tiene habitualmente en cuenta (por la ausencia de higrómetros), siendo necesario un ambiente regulado entre 40% a 70% de humedad como valores extremos. Siendo la temperatura de confort entre 20°C y 25°C, podemos considerar como valores frontera las temperaturas de 17°C y 27°C.

Hoy los hogares son lugares repletos de pantallas (televisores, computadoras, etc.), con lo cual es necesario el diseño de una buena iluminación para mejorar los niveles de contraste y brillo, por ejemplo, siempre teniendo en cuenta la importancia de la luz natural y la medida (evitando el exceso) en relación con la utilización de estos aparatos. Los tubos fluorescentes han sido señalados como fuente de contaminación lumínica (por el parpadeo), otros autores los señalan como contaminación fotoquímica.

En cuanto al ruido y vibraciones pueden ser resultado de la contaminación exterior, por la actividad comercial o industrial o la circulación profusa de vehículos, o ser originados por los propios habitantes, desconocedores de los efectos de parlantes de gran potencia acústica sobre su sistema auditivo, por ejemplo.

La contaminación electromagnética está presente en todos los hogares, debido a la cantidad de dispositivos conectados inalámbricamente, lo cual crea un campo que no se ve, pero que existe. Y existe también el riesgo de exposición a la emisión de antenas de diversa índole, según la proximidad de éstas y la imposibilidad de apantallamiento.

Cada uno de estos factores requiere la atención necesaria ante cualquier eventualidad de fenómenos que se presenten en nuestra salud (síntomas oculares, en vías respiratorias superiores, pulmonares, cutáneos y generales -dolor de cabeza, somnolencia, letargo, dificultad para concentrarse, irritabilidad, náuseas, mareos, etc.-) si observamos que hay una relación con la permanencia en un lugar determinado.

Bibliografía:

El Síndrome del Edificio Enfermo. Guía práctica para su evaluación. Documentos divulgativos.

https://www.insst.es/documents/94886/96076/el+sindrome+del+edificio+enfermo/bc268bbc-7dd5-4036-83ed-762a1c9e7ea6

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