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La ciudad y sus signos | Salta, el ancla y el tren

Las anclas aparecen en muchos monumentos. Es de esperar verlas, sobre todo, en los museos navales, en puertos o a orillas del mar pero también se erigen en plazas y parques de ciudades mediterráneas como Salta. (Raquel Espinosa)

Sólo por dar algunos ejemplos cito el caso del ancla que existe en el Parque del Retiro en Madrid, el que se encuentra en el Monumento a los Marinos Voluntarios en Sevilla, cerca del Barrio de los Remedios o el ancla del Graff Spee en Montevideo. Merece citarse también la que fue rescatada del buque Villarino, primer buque de la Armada Argentina destinado a tareas en la Patagonia, que encallara en la Bahía de Camarones y que se exhibe en esa localidad, en la Provincia de Chubut. Quien haya visitado Antofagasta sabe que el ancla es el gran símbolo de esa ciudad, a tal punto que aquellos de sus habitantes que se destacan en algún campo social o cultural reciben el “ancla de oro”. Así mismo, el cerro emblemático del lugar se llama, precisamente, “Cerro El Ancla”.

En nuestra ciudad, frente a la estación de trenes hay una pequeña plazoleta con el nombre de Antofagasta y tiene, como monumento destacado, un ancla. El Diccionario define a la misma como: “Objeto de hierro, generalmente en forma de arpón o de anzuelo con las puntas rematadas en ganchos, que va sujeto a una cadena o cabo y se echa desde una embarcación al fondo del mar, de un río o de un lago para asegurar la nave y evitar que ésta derive.” El objeto en cuestión y la palabra que lo representa trascienden este significado y expresan otras ideas convirtiéndose en amuletos que prometen buena suerte o en signo de estabilidad y no faltan las interpretaciones negativas que lo asocian a aquello que sujeta o impide avanzar. Tal es su importancia que el ancla ha sido motivo central de pinturas, monumentos, canciones, películas y poemas. Varios poetas se refieren al ancla, entre ellos, Pablo Neruda y Rafael Alberti, quien escribió: “Oh mi voz condecorada/ con la insignia marinera: / sobre el corazón un ancla/y sobre el ancla una estrella/ y sobre la estrella el viento/ y sobre el viento la vela”.

El ancla de la plazoleta Antofagasta une simbólicamente a esa ciudad con la nuestra y nos trae el aroma y el sabor del Pacífico. Ambas localidades están unidas por el tren, otro símbolo de nuestra capital que mereció desde sus orígenes la atención de los ciudadanos.

El 20 de febrero de 1889 llega el ferrocarril a Salta. El acontecimiento se celebra en la plaza 9 de julio donde arribó la primera locomotora comandada por el maquinista Antonio Saporiti. Desde entonces, este medio de transporte y la estación central, lugar de paso de tantos destinos, sufrieron innumerables avatares, avances y retrocesos. Para ilustrar esta afirmación recurro a un artículo publicado en El Intransigente, el 21 de febrero de 1942, con el título de “La nueva estación”. En la introducción se señala: “Noticias del mejor origen nos permiten adelantar que, en los primeros días del mes de abril, habrán de iniciarse las obras para la construcción de la nueva estación ferroviaria de nuestra capital, mejora insistentemente reclamada por la opinión pública y por el mismo grado de adelanto y de progreso alcanzado por la ciudad de Salta”.  Quien escribe se refiere con desdén al edificio en vigencia en ese momento al que denomina “viejo e inadecuado armatoste” y asegura que no presta un verdadero servicio de estación; no resulta funcional ni estético: “…no habría de corresponder ni para un villorrio de tercera o cuarta categoría. Mucho menos puede ser presentado como la portada obligada a la capital de una provincia”. Se precisa que los viajeros que llegan por primera vez a la ciudad se decepcionan. El local les produce una sensación de desamparo, sin comodidades de ninguna especie a lo que se suma otro problema frecuente que tiene que ver con la parte estructural de las vías; muchas veces los trenes entran en agujas falsas y, por consiguiente, el descenso o ascenso a los convoyes se hace sorteando los inconvenientes y peligro que supone andar entre rieles. Según este testimonio, tampoco existían en la estación las plataformas obligadas e imprescindibles para el arribo y la partida de los pasajeros al abordar los transportes.

Seis meses más tarde, el 15 de agosto de 1942, el mismo diario da cuenta de los atrasos a que están expuestos los viajes en tren. Cita el caso del tren de San Antonio de los Cobres que arribó la noche anterior con casi cinco horas después de lo esperado por desperfectos sufridos por la locomotora. Otro caso es el tren de pasajeros procedente de Retiro que debía llegar a las 7:15 y que a causa de un descarrilamiento lo hizo a las 11:30, vale decir, con más de cuatro horas de atraso. A los perjuicios personales que ocasionaba a cada uno de los pasajeros y sus familias se sumaba el hecho de que en esa época la correspondencia llegaba en el tren y por lo tanto su distribución se veía también retrasada. Lo mismo sucedía con los diarios y revistas. Esta es una visión sesgada de un edificio emblemático de Salta y que merece ser cotejada con otras miradas en nuevos artículos, realizando comparaciones entre la estación de la capital y las del interior de la provincia o de otras regiones. Para concluir, invito al lector a compartir algunas consideraciones sobre estaciones y trenes.

La estación de Atocha, en Madrid, la estación central de Berlín, la de St. Pancras en Londres, las de Milán, Amberes, Nueva York, Bombay, Japón, etc. son consideradas por muchos como las más espectaculares del mundo por razones arquitectónicas, por el valor histórico que tienen, por los servicios que prestan, por su estratégica ubicación o por los relatos que se elaboraron sobre ellas. Lo mismo sucede con algunos trenes que pasaron a la historia o son parte de las leyendas urbanas de distintas ciudades. Así, el Glacier Express, el tren expreso más lento de Europa que llega a los Alpes suizos, The Ghan, en el corazón de Australia, The Hiram Bingham, en Perú que se toma para llegar a las ruinas de Macchu Pichu, el mítico Transiberiano en Rusia, el Tren del fin del mundo al sur de nuestro país, etc. han alimentado la imaginación de hombres y mujeres a través de los tiempos. En nuestra provincia sucedió lo mismo con las viejas estaciones, muchas de ellas en ruinas, y con aquellos trenes que supieron deslizarse por las vías y quedaron grabadas en la imaginación de quienes como Carlos Hugo Aparicio se acuerdan de los “trenes del sur”. Las poesías de varios poetas locales también dan testimonio de lo aquí expresado. Elijo como ejemplo, los siguientes versos de Manuel J. Castilla: “Oh Padre, adiós perdido entre los trenes, / nadie despide a nadie en los andenes/ donde no sé por qué yo siempre espero,/nadie despide a nadie hasta que un día/ en un remoto tren de Alemanía/ adolescente, con ustedes, muero”. El autor de Andenes al ocaso nació en la casa ferroviaria de la Estación de Cerrillos. Era hijo de un ferroviario. Su poesía es un tributo a sus orígenes y a la historia de Salta que vale la pena recordar.

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