viernes 29 de marzo de 2024
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Historia | Salta, el campo y la ciudad a principios del siglo XX

La ciudad fue siempre vinculada con el progreso y a las luces mientras el campo quedaba asociado con el atraso y la ignorancia. La autora indaga aquí si el mecanismo se reprodujo en Salta a partir de publicaciones en periódicos locales de comienzos del siglo XX. (Raquel Espinosa)

Raymond Williams fue un crítico galés (1921-1988) y uno de los intelectuales más significativos de la historia británica de posguerra. Entre sus libros se encuentra «El campo y la ciudad«, que leí hace algunos años atrás en una edición de Paidós del año 2001, prologado por Beatriz Sarlo, y que volví a releer recientemente.

El escritor nació en Pandy, una aldea predominantemente agrícola pero de pequeñas unidades familiares que recibían todo el tiempo una cierta presión desde el Este, es decir, desde Inglaterra, porque estaban justo en el límite donde comenzaba una vida rural diferente, con grandes casas de campo cuyos propietarios eran ingleses que habían vuelto de la India. Williams, que adquirió una centralidad evidente, sobre todo en el debate cultural de la izquierda británica, representa el choque de una cultura campesina y obrera que eran sus orígenes con el estilo prescripto por la educación de Cambridge que recibió gracias a una beca.

El libro en cuestión fue publicado en 1973 y según Sarlo podría resumirse en una sola pregunta: “¿cómo el capitalismo transformó la sociedad británica?” Para responderla, de alguna manera, el autor reflexiona en torno a la ciudad y el campo y las tramas que caracterizan a cada uno de estos espacios culturales. Realiza un recorrido por la historia y la literatura de Inglaterra a través de distintos textos, desde los orígenes de este país hasta el presente del autor.

En el prólogo, antes del final donde cuenta su encuentro con Williams, quien la recibió para una entrevista, Beatriz Sarlo advierte a los lectores que encontrarán en el libro “algo bien raro: una sostenida argumentación erudita, que se interrumpe, como a fogonazos, por la indignación ideológica y moral experimentada ante los textos que nos enfrentan no sólo con la belleza sino con la memoria de las víctimas sociales de un proceso secular en cuyo transcurso se impuso el capitalismo”. (pág. 20).

Creo, como el autor luego expone en su libro, que “campo” y “ciudad” son dos palabras muy potentes porque representan la experiencia de las comunidades humanas. Sobre ellos se depositaron y generalizaron sentimientos intensos y distintos imaginarios sociales. Así, el campo atrajo sobre sí la idea de un estilo de vida natural: de paz, inocencia y virtud simple. Mientras que la ciudad fue concebida como un centro de progreso: de erudición, de comunicación, de luces. Simultáneamente, prosperaron las asociaciones hostiles: se vinculó a la ciudad con un lugar de ruidos, de vida mundana y de ambición, y al campo con el atraso, la ignorancia y la limitación. Esto se remonta a la época clásica en el caso de Inglaterra y a la etapa de la conquista y colonización en nuestro país y en nuestra provincia específicamente. Sin embargo, en la realidad hubo muchas variantes de “campo” y muchas variantes de “ciudad”.

¿Qué pasó con el espacio salteño en este sentido?  Para abrir el análisis invito a los lectores a compartir algunas publicaciones de periódicos locales. Comenzaremos con textos que refieren al campo.

El diario salteño La Montaña, en su edición del viernes 5 de febrero de 1904, publica una columna escrita por el Señor Luis D. Rodríguez con el título “Salta”. Se trata de una publicación por entregas, ya comenzada en días anteriores, que describe la provincia en sus aspectos geográficos, económicos y políticos. En la fecha indicada el autor se refiere a Salta como una provincia caracterizada por “sus ricas y variadas producciones” y por la diversidad de climas, es decir, es un espacio favorecido por la naturaleza pero olvidada o descuidada por las autoridades que la gobiernan sobre todo en lo concerniente al comercio y a la industria. Por esta razón la provincia está en “una situación estacionaria y de postración”.

Partiendo de esa realidad así esbozada el columnista postula que se operaría un cambio positivo realizando algunas obras como sería “llevar el ferrocarril” a Cafayate y a Orán para abaratar los fletes y transportar los productos de esas regiones que se verían favorecidas. En el caso del Valle de Lerma la solución a sus problemas de agua se resolverían con la construcción de pozos artesianos o semisurgentes. En el primer caso se menciona que las regiones son ricas, con suelos fertilísimos, pero el problema son las vías de comunicación. En el segundo caso, las tierras, mejor ubicadas, aún no están cultivadas y el riego las convertiría en productivas. Por último, al referirse a los departamentos de Anta, Rivadavia y Orán señala que el problema son “las inmensas extensiones despobladas”, en manos de unos pocos propietarios que especulan con ellas. La solución estaría en este caso con la división de dichas tierras y su distribución entre colonos que se establecerían en el lugar, comprando terrenos, obteniendo sus títulos de propiedad y la posesión real de los mismos.

De lo expuesto podemos observar primero la apelación a ciertos “lugares comunes” o el origen de algunos de ellos, que después se reproducirán en sucesivas etapas de nuestra historia. Así, por ejemplo, el hecho de afirmar que el espacio en que se vive es “naturalmente” favorable pero quienes lo habitan o lo administran no se ocupan de él debidamente. Se trata, como todo lugar común, de una simplificación o una generalización que no da cuenta de la complejidad que caracteriza al campo en general y al campo de Anta, Rivadavia y Orán en particular. El autor de la nota informa, más adelante, que la legua de tierra está cotizada en esa época en $250 ó $300 y que los colonos las podrían hacer productivas regándolas con agua de los ríos o por medio de pozos artesianos.

El campo de estos departamentos reviste para el analista en cuestión caracteres negativos pues son “inmensas extensiones despobladas”. En esta expresión resuenan los postulados de Sarmiento y de toda la generación del ´80 para quienes “el gran problema de la República Argentina es la extensión” y se lo asocia con otro problema: “que no está poblada”. De esta manera aparece, aunque no nombrada directamente, la construcción del desierto, obviando a las poblaciones originarias.

Emulando a Beatriz Sarlo podríamos decir que el artículo también esboza en cierta medida una pregunta que podría formularse así: ¿cómo el capitalismo transformó la sociedad salteña? De lo leído se infiere que en el imaginario de la época sería, en principio, desplazando a “esos pocos que especulan con ella (la tierra)”. Los nuevos dueños transformarían esa naturaleza rica, casi idílica, pero improductiva, abriendo caminos y “valorizándola”, es decir traduciéndola a dinero, poniéndole un precio cada vez mayor, que no es más que otra forma de especular. El nuevo siglo XX comienza a perfilarse y en nombre del progreso pone sus ojos en el campo para transformarlo: “…se conocerán y explotarán las riquísimas y valiosas maderas de sus seculares bosques”.

Las actitudes de los salteños de 1900 en relación con el campo, con las ideas de la vida rural, persistieron con fuerza extraordinaria y, si no, leamos aunque sólo sean los titulares de algunos diarios locales de la actualidad en referencia al problema de las tierras en nuestra provincia.

Como sólo hemos analizado un caso, veremos otros ejemplos que nos hablen del campo, de esa entidad que, al igual que la ciudad, se mueve en el tiempo, se modifica en la realidad, también en los sentimientos que provoca y en las ideas que sobre ella se esbozan. Más adelante, será la ciudad el objeto de nuestras lecturas.  Para concluir quiero evocar a  Pierre Vilar (1906-2003) que fue un historiador e hispanista francés que decía: “comprender es imposible sin conocer” y aseguraba que “la historia debe enseñarnos, en primer lugar, a leer un periódico”. Eso estamos intentando hacer: poner en práctica las enseñanzas de la historia.

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