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El peor cumpleaños | Hoy se celebra el Día Nacional de la Industria

Cada 2 de septiembre se homenajea a esa actividad. Es en recuerdo a lo que se considera la primera exportación de tejidos manufacturados desde la antigua Gobernación del Tucumán al Brasil.

El motivo de la efemérides es preciso: un día como hoy, pero de 1587 partió de Buenos Aires la nave San Antonio. Iba rumbo a Brasil cargada de tejidos confeccionados en la antigua Gobernación del Tucumán y se la considera la primer “exportación” realizada desde nuestro actual país. La carga simbólica de esa declaración trasciende la discusión histórica sobre la exactitud del dato y su interpretación. Pero lo cierto es que desde el siglo XVIII la “industria” es sinónimo de desarrollo y la importancia, o no, de una economía termina midiéndose por el porcentaje de su producción industrial en la producción mundial.

Argentina cobijó a fervientes “industrialistas”, pero sólo en la década del 30 comenzó a practicarla. La oligarquía que se había enriquecido a partir de la producción primaria destinada a países  avanzados, debía adaptarse a las consecuencias de la crisis del 29 que determinó que Europa le diera la espalda en favor de países que eran o habían sido parte de sus imperios. Privados de mercados donde vender sus productos de la tierra, apelaron a una espontánea política de sustitución de importaciones volcada al consumidor local. Era una manera de capear el mal temporal.

Recién el peronismo convirtió la situación “de hecho” en modelo de desarrollo favorecido por una coyuntura (1939-1945) que desvió las energías europeas de las fábricas al campo de batalla. El gran salto, sin embargo, ocurrió durante la post – guerra. Con desarrollos desiguales, con lógicas que preparaban el avance sostenido de unos y no el de otros, el periodo terminó identificándose como “Los 30 Gloriosos”.

En EE.UU., en Europa, en el bloque soviético, en el Tercer Mundo, en nuestro país, los indicadores económicos y la calidad de vida alcanzaron niveles nunca vistos. Los tecnicistas lo atribuyeron al bajo costo del petróleo, a la universalización del modelo de producción automotriz yanqui o a las novedades tecnológicas bélicas que después del conflicto tuvieron uso civil.

Para quienes la economía es más que un balance contable, la reestructuración política del capitalismo resultó crucial posibilitando a los Estados planificar y gestionar la modernización, comprometerse con el pleno empleo y con una mayor distribución de la riqueza que garantizaran mercados masivos. Reformas que pretendían evitar crisis económicas como las del 29, movimientos políticos como el nazismo o la  consolidación del comunismo.

En Argentina, fue Córdoba la que mejor evidenció el crecimiento: grandes industrias, clase trabajadora con altos ingresos y desarrollo cultural e intelectual sorprendente. Con menor intensidad, también Salta. La Capital, Orán, Tartagal, Güemes o Metán crecieron en los 50 y 60 al ritmo del comercio, la agroindustria, las comunicaciones (FFCC. y vías terrestres) y las industrias extractivas.

Pero el capitalismo es la historia de dinámicas que generan actores nuevos y en el periodo surgieron multinacionales que vieron en los Estados y sus fronteras obstáculos a sus beneficios promoviendo, entonces, una economía global sin bases territoriales. Germinaba así una de las acepciones del término globalización: un orden al servicio de intereses de agentes y corporaciones transnacionales que, junto a funcionarios públicos, sostienen que el mercado es motor del crecimiento, el sector privado el conductor de la máquina y la libertad (empresarial) el combustible.

Difícil encontrar un país tan aplicado como el nuestro para implementar dicha política en los años 90 y también en los que corren. Tanto ayer como hoy, la industria se convierte en una de las primeras víctimas de las mismas políticas: la apertura a los “eficientes” capitales del primer mundo que especulan, pero no producen; el ingreso indiscriminado de artículos manufacturados provenientes de zonas de bajos salarios (Asia) y productos euro-norteamericanos de alta tecnología subsidiados por sus Estados. El resultado siempre se visualiza: establecimientos industriales que trabajan a media máquina en el mejor de las casos o establecimientos industriales convertidos en ruinas.

Los últimos años demostraron que entender la economía como un universo autónomo de otras dimensiones humanas es un error malintencionado. Que dejar las sociedades a merced del mercado y la iniciativa privada no es una decisión económica sino una apuesta política, al igual que la industrializacion. Una apuesta en este sentido debe tener en cuenta viejos y nuevos problemas, pero la fecha es pertinente para recordar las palabras de un intelectual mexicano: “Industrializar, siempre industrializar”.

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