jueves 25 de abril de 2024
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El mismo semblante de perejil

Santos Clemente Vera sigue preso como co-autor por la doble violación y crimen de las muchachas francesas halladas en la quebrada de San Lorenzo de Salta. Su historia torna inverosimil que sea autor del delito que se le imputa (Franco Hessling). 

Después de que, en el caso de las francesas, a principios de 2016 un fallo de segunda instancia alterara las condenas de la sentencia del tribunal del juicio, Santos Clemente Vera tuvo que volver a la cárcel. Ya sabía de qué se trataba, bajo la figura de «prisión preventiva», sin condena, ya había pasado prácticamente tres años, durante los cuales tuvo un hijo que prácticamente no ve desde entonces.

A las pocas semanas, en una cobertura que estaba haciendo para el diario El Tribuno y a través de Ana Fernández de la Comisión de Familiares contra la Impunidad, conocí a Beatríz Yapura, la esposa de Clemente. Por intermedio de ella conocí su casa, sus hermanos, sus madrepadres y entorno. Las primeras veces que visité a Clemente en el penal de Villa Las Rosas fui acompañado por ella; otra vez nos encontramos directamente en el pabellón, y una más fui cuando ella ya se había marchado.

Después de ese recorrido, publiqué un artículo en el semanario Cuarto Poder titulado «Semblante de perejil». Luego de ello, hubieron amenazas contra Clemente, y junto con Beatríz me pidieron que no fuese más a la cárcel o les inhibirían las visitas.

Clemente sigue preso aunque hay hartos elementos probatorios que lo desvinculan de una responsabilidad manifiesta, tanto como es sospechoso el desdén por líneas de investigación que nunca se abordaron. La causa siempre estuvo sesgada. A continuación aquella nota de 2016:

Saluda por cordialidad. Quien lo estrecha es un perfecto desconocido, sostiene la mirada con un halo de desconfianza, oye con atención y empieza a mascullar una respuesta. Opta por la interrogación: “¿Y qué les dijiste?”, como lo que escucha resulta algo embrollado vuelve a preguntar: “¿Entonces vos sos poeta o no?”. Entrar con cuadernos tapa dura y escritos en el penal de Villa Las Rosas está prohibido, para pasar un par de papeles en blanco uno debe explicar para qué los necesita. “Soy poeta”, un alter ego valió como excusa, el guardiacárcel, desconcertado, autorizó la requisa para que no haya complicaciones.

Santos Clemente Vera está alojado en el Pabellón I de la Unidad Carcelaria N°1 de Salta, condenado desde febrero por la doble violación y crimen de Cassandre Bouvier y Houria Moummi, las francesas. Su cautela inicial responde a dos cosas; primero que nunca lo visitan desconocidos y la única que siempre va es su esposa, Beatríz Yapura, y segundo que en los últimos años los seres humanos lo engrupieron tanto que ahora prefiere prevenir los sobresaltos.

“Los jueces no son los que me van a sacar de acá, Dios será el que saque los candados de las rejas, yo confío en que Él me ayudará porque sabe que soy inocente”, se encuentra convencido. Ya más relajado, tras el almuerzo compartido y en presencia de Bety, quien avala la presencia del desconocido, Clemente charla con más entusiasmo. No se equivocaban Guada, la esposa de uno de sus hermanos, ni Santos Celedonio, su hermano, ni Romina, su cuñada, cuando lo describían como un hombre extremadamente dado al diálogo.

Con el asentimiento de Miguel, alias “Fausto”, y Natividad, los padres de Clemente, los parientes más jóvenes coinciden en que Eduardo es una fiel astilla de aquel palenque. A sus cinco años, corretea por la propiedad de los Vera, en los pies de un cerro de San Lorenzo, con una honda colgada del cuello. “Es igualito a su papá, y tiene el mismo amor por los animales y el campo”, dice Guada.

Crecer sin padre

Eduardo nació el 15 de junio de 2011, actualmente tiene cinco años  y tres meses. Santos Clemente estuvo preso 3 años y 7 meses de esos más de 63 períodos mensuales. En agosto de 2011, después de haberse ofrecido voluntariamente a colaborar en los rastrillajes de los investigadores, quedó bajo custodia de la Justicia, en presión preventiva. Así pasó los primeros dos años y diez meses que estuvo preso, fue la primera vez que estuvo en la cárcel de Villa Las Rosas.

La discusión abierta en las últimas semanas en torno a la reacción de Carlos Oyarzum y al asesinato de Brian González, que se conoció mediáticamente como el caso del “carnicero de Zárate”, puso sobre la palestra los alcances de la legítima defensa y la prisión preventiva. Favorecido por declaraciones presidenciales que presionaron y una ventolera de época proclive a la deshumanización de los delincuentes, Oyarzum sólo pasó unos días preso. Vera, un baqueano de una provincia recóndita, sin sobrantes de recursos económicos ni de astucia judicial, con la ingenuidad de quienes siempre primero bien piensan del otro, empantanado en un hecho macabro sin resolución clara -según dijeron los propios querellantes del caso de las francesas-, permaneció en prisión preventiva prácticamente tres años, coincidentes con los primeros meses de vida de su hijo, Eduardo.

En ese primer período preso, Clemente estuvo primero bajo guarda de la Brigada solo algunos días en los que se hicieron indagatorias con vejaciones incluidas, luego pasó a la Alcaldía, y por último desembarcó en la Unidad Penitenciaria N°1. El periplo terminó los primeros días de junio de 2014, cuando el Tribunal de primera instancia del fuero federal salteño resolvió otorgarle el beneficio de la duda. Tras la apelación de la fiscalía interviniente, en febrero de este año el Tribunal de Impugnación, segunda instancia, le arrebató ese beneficio, la libertad y restituyó un hueco a la mesa donde almuerzan los Vera.

“A veces estamos comiendo y alguno dice: ‘Che, falta alguien’, y el único que falta es Clemente, es un espacio vacío que no podemos llenar con nada”, cuenta su hermano Celedonio mientras se arrima al tablón de la galería del rancho, en el corazón de la vegetación sanlorenceña. Cual familia agreste, de los siete hijos de “Fausto” y Natividad, hay tres varones que se llaman “Santos”, Santos Demetrio, Santos Celedonio y Santos Clemente. Éste último, además, es el benjamín de la familia.

Los abogados de Clemente, Adrián Reyes y José Vargas, apelaron el segundo fallo, que lo condenó en febrero último a cadena perpetua. Por estos días, la Corte Suprema de Salta está en proceso de análisis de esa presentación; hasta el momento el expediente sólo fue revisado por uno de los siete magistrados, y desde hace más de un mes que está en manos de Guillermo Catalano, el presidente del máximo tribunal provincial.

Moral de estancia

El hombre de tez retinta, con 36 años sobre los hombros, se define como una persona “del campo”, y bajo esa clasificación se acerca o toma distancia de las personas. Por supuesto, prefiere mantenerse próximo a quienes también son “del campo”. Desde su mesa, en el ala sur del pabellón de ingresantes, justo frente al comedor, señala el lugar donde Daniel Vilte Laxi fue apuñalao. Vilte Laxi es otro de los tres imputados originales que tuvo la causa, que también implicó a Gustavo Lasi. Tanto Lasi como Vera están actualmente presos.

Clemente utiliza el parámetro campesino para explicar por qué no es amigo de Daniel Vilte Laxi, con quien compartió celda por meses. “Él es más de la ciudad”, entiende Clemente, que no obstante se previene de no hablar de más sobre quien no está presente y, por ende, no se puede defender. Tiene menos prurito para envestir contra Lasi: “Nunca hemos tenido una buena relación, teníamos problemas por los animales permanentemente. Para mi familia eso es algo serio, nosotros criábamos esos animales”.

En concreto, la única prueba fehaciente que hay en la causa contra Clemente es una declaración de Lasi. En los albores de la instrucción, a mediados de 2011, el padre y la novia de Gustavo Lasi fueron detenidos por la causa -Walter y Fernanda Cañizares-; la investigación de Martín Pérez, por entonces juez de Instrucción, concluyó que el arma de Walter Lasi fue la utilizada para lacerar los cuerpos de Cassandre y Houria. Sin embargo, éste no estuvo imputado, porque su hijo, Gustavo, se confesó culpable. Para hacer verosímil su versión, Lasi hijo dijo que Vilte Laxi y Vera lo habían obligado a punta de pistola. La pantalla de verosimilitud es endeble porque Vera y Vilte Laxi no son amigos ni siquiera allegados -apenas si se conocían-, y Vera y Lasi no tenían una buena relación, es decir, Lasi no sintió ninguna pena al culparlo.

Los Lasi y los Vera no tienen una buena relación, precisamente, desde la generación de Walter. Según rememora Natividad, la mamá de Clemente, con el abuelo de Gustavo y el padre de Walter, don Carmelo Lasi, los Vera tenían una buena relación. Sin embargo, aparentemente desde que Carmelo contrajo matrimonio, el vínculo se atirantó al punto tal que ahora dos jóvenes de las familias están envueltos en una causa penal.

Peón de luna

Clemente cada vez está más relajado, acercándose el horario límite para las visitas, relata con desenfado cuánto extraña a su familia. Entretanto, trae a colación los valores inculcados por Fausto, viejo peón de estancia. “Mi papá me enseñó que ni una moneda se levanta en la casa del patrón”, balbucea moviendo histéricamente la rodilla, titubeante ante la sola posibilidad de pensar en robar.

El legado de Fausto no se agota en la reticencia total al robo, también tiene ribetes estratégicos. “No hay que faltar un lunes, si querés faltar tenés que hacerlo un martes, miércoles o jueves, me enseñó. Lo que pasa es que si no vas a trabajar el lunes el patrón te pierde confianza porque piensa que te gusta pasarte de vuelta los fines de semana”, enfatiza el aprendiz desde el encierro.

Hay un dato de la realidad que demuestra que para Clemente esos preceptos no son meros dichos. Su patrón, el ingeniero Fernando Vidal, se hizo cargo financieramente de una prueba genética realizada en el Instituto Favaloro, la cual fuera finalmente desestimada por el juez Pérez, quien optó por elegir solo uno de los tres informes de laboratorio. El que quedó en la causa fue el realizado por Daniel Corach, genetista y docente de la UBA (Universidad de Buenos Aires), quien en su declaración durante el juicio afirmó no poder “asegurar que uno de los perfiles genéticos masculinos hallados sea de Vera”. La única huella genética diáfana es la de Lasi.

Según cuenta Bety, la compañera de Clemente, Vidal lo visita eventualmente en el penal y siempre se preocupa por la familia. Apenas recuperó la libertad luego de la primera sentencia, el ingeniero lo fue a buscar a su casa para que de inmediato se reincorporara a sus labores como jardinero. El baqueano trabaja en una casa del barrio cerrado Buena Vista, donde habitan algunas de las economías más solventes de Salta.

“Cuando venía gente y la felicitaba a la señora (pareja de Vidal) por el jardín, por las flores y todo, yo me ponía contento”, reconoce Vera el jardinero y asegura que a pesar que el trabajo era todo suyo no le importaba que las salutaciones vayan para su patrona; en su fuero íntimo, las sentía propias.

Incansable

Beatríz Yapura es muy reservada; pero su hermana menor, Romina, se ocupa de contar que ella esperaba tener una familia tranquila. Se conoció con Clemente en un festival en Vaqueros, en marzo de 2010. Al poco tiempo empezaron a salir, y al cabo de unos meses quedó embarazada de Eduardo, que nació finalmente el 15 de junio de 2011. Compartieron la condición de primerizos.

Abruptamente, al mes y medio de vida de su hijo, se llevaron al padre. Bety reconoce que jamás se imaginó que no volvería por dos años y diez meses. Asume que en aquel momento decidió no hacer apariciones públicas porque tenía miedo de perder el trabajo, tenía un precario contrato en la administración pública provincial.

“Por eso no dije nada hasta ahora, que se conoció el segundo fallo. Tenía miedo de perder el trabajo, no me lo podía permitir, mi hijo era chiquito y mi esposo estaba preso”, señala la mujer.

Una vez que se conoció el segundo fallo, en febrero de este año, Bety se decidió a hacer públicas sus penurias. Su relación laboral actual es un tanto más certera, además la tolerancia ante la ponzoña de la Justicia se pulverizó, ya no está dispuesta a ver preso a su marido, está segura de su inocencia. Si bien no cree que haya animosidad contra Clemente, sí considera que se lo está usando para tapar a los verdaderos culpables por la doble violación y crimen de las francesas.

Eduardo ya no quiere visitar a Clemente, lo hastían las horas de espera y las tortuosas requisas antes de verse con su padre. “Es inhumano hacerlo aguantar tanto a un niño, pero algunos de los que están acá adentro se mandaron las suyas, yo ni siquiera cometí un delito y no puedo ver a mi hijo, es muy doloroso”, el recluso penitenciario, macilento, se lamenta. Últimamente, Bety asiste sola a visitarlo, aunque lleva vituallas aportadas por todos los que lo saben inocente.

Respira hondo y sigue. Continúa con la crianza de su hijo, con su trabajo, con un amor dosificado y en horarios prefijados, pero sobretodo con la esperanza a cuestas de que el caso se esclarezca.

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