jueves 25 de abril de 2024
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“De las nuevas universidades a las universidades del futuro” | Por Alejandro Ruidrejo, docente de la U.N.Sa.

La pandemia desmorona muchas de las coordenadas con las que ordenamos y planificamos distintas dimensiones de lo social. La universidad no es la excepción.

“Si queremos pensar un país con equidad, tenemos que desarrollar el Norte Grande” sostenía, poco tiempo antes del estallido de la pandemia del covid-19, el flamante Ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta. La afirmación no podía ser desatendida por el campo universitario del norte argentino, donde todavía se recuerda que en pleno desarrollismo autoritario del gobierno de Onganía, se proponían Nuevas Universidades para un nuevo país; Alberto Taquini, creador de ese plan, recuperaba los conceptos del rector de la Universidad de Tucumán, Juan B. Terán, expuestos en el texto La nueva Universidad, de 1914, para dar cuenta de la persistente necesidad de transformación del sistema universitario nacional.

En aquellos tiempos, Taquini también promovía, en lugar de la gratuidad, el crédito económico estudiantil, tomando como modelo la experiencia colombiana, pero cincuenta años después, en el centenario de la Reforma universitaria cordobesa, en el seno de la Academia Nacional de Educación, él mismo presentaba un nuevo plan llamado Nuevas Universidades para un nuevo estudiante. Prescindiendo de pensar en términos nacionales, la propuesta anclaba en un tipo de subjetividad definida por el cosmopolitismo virtual, dado que, a sus ojos, los “millennials” experimentan el nomadismo como navegadores y usuarios interrelacionados en la nube. La debida transformación de las universidades permitiría que esas derivas virtuales se lleven a cabo en un campus académico internacional, donde la formación flexible debería ser reconocida bajo un sistema “créditos académicos”.

El acento puesto en los intereses de un nuevo estudiante, permitiría que las universidades del futuro adoptasen el formato de Netflix. Taquini elogiaba el éxito de esa plataforma diciendo: “Con el uso de los datos que los usuarios dejaban en su navegación, Netflix pudo analizar la preferencia de sus clientes y con eso orientar la producción de sus películas y series propias. Es decir, personalizó la oferta. Una oferta en la que ni Hollywood puede competir, porque sólo Netflix controla ese caudal de datos e información. El ejemplo, más allá de la industria cinematográfica, condensa un modelo de negocio que está proyectándose a otras áreas, entre ellas la universitaria. En los últimos cinco años aparecieron plataformas que ofrecían MOOCs y cursos virtuales que ganaron terreno en la educación virtual global y que están poniendo en jaque a las universidades, los “blockbusters” del sistema.”

El contexto de emergencia de esas afirmaciones no sólo fue la celebración del centenario de la Reforma universitaria con el estreno del “Campus Virtual” de la Universidad Nacional de Córdoba, justificado en el nuevo escenario de la educación configurado por la inminente revolución digital, sino también la creación del “Campus Virtual Universitario Nacional”, impulsada por esa universidad y potenciada por el Consejo Interuniversitario Nacional, cuando era presidido por el actual Secretario de Políticas Universitarias. A lo que se suma la aprobación ministerial del gran acuerdo del Consejo de Universidades (CU) sobre los criterios para garantizar la calidad educativa de las carreras ofrecidas a través del Sistema Institucional de Educación a Distancia (SIED) que las distintas universidades vienen sometiendo a evaluación y acreditación ante la CONEAU, desde 2017. Junto a ello, por fuera del modelo reformista cordobés, el adentramiento en los desafíos de la virtualidad también fue experimentado, en clave peronista, por la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), de la que fue rector Trotta; en el marco de la democratización de la Educación Superior pero también de su adecuación a lo que se ha denominado la cuarta revolución industrial.

Ese conjunto de procesos y discursividades nos hace posible reconocer cómo la epidemia precipitó, a través de la implementación generalizada de la educación virtual universitaria, el desembarco no sólo de una modalidad pedagógica sino de una racionalidad de gobierno configurada en el capitalismo financiero y el capitalismo cognitivo, que tiene a su base la gubernamentalidad algorítmica, las plataformas digitales, el Big Data y la videovigilancia. Con ello se pone en tensión la trama de derechos y libertades que configuraron el campo educativo y laboral de las universidades nacionales argentinas. La pobreza y las desigualdades de nuestra región se transparentan en la lisa opacidad de las pantallas. La creencia de que tras la pandemia se producirá un regreso paulatino a la normalidad universitaria podría descuidar el efecto que las secuelas sanitarias dejarán en sobre las conductas individuales y sociales, pero también perder de vista el modo en que todo ello puede anudarse a las nuevas tecnologías de gobierno de los individuos y las poblaciones.

Es por eso que las “universidades del futuro” que se vaticinan interpelan al norte grande argentino como espacio en el que se vienen ensayando desde hace más de cien años modelos de “nuevas universidades”, incluso las que surgieron como efecto del llamado Plan Taquini, contrapuestas a las tradicionales universidades del centro del país y fundamentalmente orientadas al desarrollo regional, pero también objeto de pugnas y resistencias a ciertas de formas de Educación Superior asociadas al imperativo de las lógicas del mercado.

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