jueves 25 de abril de 2024
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Daniel Escotorin | “A 100 años de la semana trágica, el enemigo interno de ayer y de hoy”

El historiador y referente del Partido Unidad Popular propone en esta nota no una evocación sino un paralelismo sobre cómo el poder construye la idea de un enemigo interno peligroso a destruir: anarquistas, subversivos, y piqueteros.

A cien años de la “semana trágica” más que una evocación histórica de esos acontecimientos que durante años quedaron en el olvido, propongo un acercamiento y un paralelismo sobre cómo el poder en ese entonces y a posterior construyó la idea de un enemigo interno nocivo y peligroso al que hay que destruir: anarquistas, judíos, cabecitas, zurdos, subversivos, bolivianos y piqueteros.

Cuando a partir del 7 de enero de 1919 las fuerzas represivas policiales y parapoliciales se lanzaron a una feroz ofensiva contra los obreros huelguistas de los Talleres Vasena en la ciudad de Buenos Aires, imperó una lógica de barbarie que no era ajena a las formas y valores de las elites y las clases dominantes en su pasado reciente y que perfeccionarían con brutal eficiencia a lo largo del siglo XX. El conflicto sindical con justísimas demandas fue interpretada por la patronal y por el orden social y político como un desafío intolerable a sus pretensiones de sociedad estamental y profundamente desigual y en ese sentido vieron como un peligro posible una revolución social liderada por esa incipiente y frágil clase obrera que crecía al ritmo de las transformaciones internas del modelo agroexportador argentino.

El contexto mundial alimentaba la psicosis de las burguesías en diversos países: en 1917 la revolución bolchevique había derrocado al régimen zarista en Rusia, en 1918 al finalizar la Gran Guerra europea o 1º guerra mundial en la derrotada Alemania los espartaquistas intentan una revolución socialista pero fracasarán. La efervescencia socialista proletaria no es desconocida tampoco en América aunque sin los ímpetus revolucionarios del viejo continente: las masas migrantes que escapaban en sucesivas olas de Europa de la miseria, desocupación o explotación, persecuciones y guerras llegaban a estos lados con sus tradiciones sociales, culturales nacionales pero también con sus identidades y experiencias políticas, ideológicas y de luchas. El proletariado europeo forjado a lo largo del siglo XIX con la revolución industrial gestó diversas corrientes ideológicas y políticas como el socialismo utópico, el anarquismo, el sindicalismo revolucionario, el socialismo científico, el comunismo, la socialdemocracia, etc. personajes como Saint Simón, Bakunin, Proudhon, Marx, Engels en ese siglo o Lenin, Rosa Luxemburgo, Jaures entre otros a principios del siglo XX establecieron principios y doctrinas en estas corrientes. El anarquismo con fuerte impulso en la mitad del siglo XIX perdería fuerzas a manos del socialismo marxiano para llegar con escasas fuerzas al siglo siguiente, no obstante sus ideas anclaron en América y desde Chicago hasta la Patagonia fue pilar en las luchas obreras de las primeras décadas aunque nunca a un nivel de hacer peligrar el orden conservador.

El anarquismo era profundamente democrático, renegaba de los líderes aunque estos surgían en forma natural desde las bases, su intransigencia era un pilar notorio y en ocasiones un obstáculo; sus formas de lucha iban desde la asamblea hasta la acción individual que incluía también actos violentos y su estrategia, la huelga general. Así también fue perseguido desde temprano, sus militantes eran despedidos, encarcelados, asesinados o deportados, en el último caso por la aplicación de la llamada “Ley de Residencia” que permitía expulsar a aquellos considerados indeseables por sus prácticas sindicales. La represión en esa década fue constante e influyó en el debilitamiento de esta corriente. Pero otra tendencia iba creciendo y vivía ya en la mentalidad de sectores de la sociedad argentina que no provenían de la inmigración reciente: era el rechazo al “ruso”, al “tano”, al “turco”, al “gringo”, al “gallego”, a esos cientos de miles de inmigrantes que llegaban y ocupaban los viejos y nuevos espacios sobre todo urbanos; no era tanto el hecho de sus procedencias sino sus identidades sociales y políticas: obreros, labriegos pobres pero instruidos en el socialismo y el anarquismo. Pobres pero cultos.

Argentina llevaba ya dos décadas de conflicto social con picos altos de confrontación: 1902 -1904; 1907-1910 y 1917-1921. Aumentaba la duración y también la intensidad, esto en parte porque crecía la población obrera y se mantenían los altos niveles de explotación por las condiciones de trabajo y los bajos salarios, pero nada de esto importaba en el mundo del criollaje argentino, molestaba la insolencia de estos extranjeros recién llegados y con pretensiones de imponer un orden distinto. Se había gestado un clima social de intolerancia, que no por repetido dejaría de tener su cuota de mayor violencia.

“¡Mueran los judios! ¡mueran los maximalistas!”

La huelga en los Talleres metalúrgicos Vasena provocó una reacción en espiral ascendente de violencia donde las clases dominantes y la elite social porteña sacaron a relucir toda su parafernalia de odio de clase revestida de racismo. Ante la falta de respuesta por parte de la patronal y la ineficacia del gobierno radical del presidente Hipólito Yrigoyen, los obreros endurecen sus posturas además de que la mayoría estaba enrolada en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA V Congreso), la reacción es violenta con ataques y atentados a los locales obreros, los asesinatos se convierten en cotidianos en el transcurso de esa semana. La huelga se extiende y en los barrios la solidaridad con los obreros se expresa en las barricadas, la clase alta porteña se organiza en la Liga Patriótica, fuerza parapolicial reaccionaria que pasea su furia por los barrios en busca de huelguistas: saquean, incendian, destruyen locales sindicales sobre todo anarquistas. Los muertos comienzan a contarse de a decenas y luego por centenas: Buenos Aires es tierra arrasada, el “progrom” (ataque masivo violento y de linchamiento contra un sector) es sanguinario y cruel. Al grito de “mueran los judíos” no solo sacan a relucir su antisemitismo, también la xenofobia hacia los inmigrantes pobres. El judío representa el causal de los males que pretenden identificar las clases altas y que diseminan al resto de la sociedad: el judío no es un problema, es el peligro.

“¡Mueran los maximalistas!” profieren los niños (y no tan niños) bien que en vehículos modernos recorren las calles porteñas armados en busca de sus enemigos de clase. ¿Quiénes eran los maximalistas? Señalar a alguien o a un partido o movimiento como “maximalista” equivalía a ponerlo a la izquierda del campo político, el más radical y revolucionario, por lo tanto podía ser visto como un rótulo positivo dentro de la izquierda y a la vez como un concepto peyorativo por fuera de ésta. “maximalista” se igualaba con anarquista en la perspectiva los defensores del orden, y ambos términos pronto serían reemplazados por el de “bolcheviques”, el ya presente en ese entonces de “rojos” y luego “comunistas”. El tratamiento a los identificados como anarquistas, judíos o ambos a la vez es propio de lo que se viviría en Europa dos décadas después: arrastrados a las calles, golpeados por las turbas hasta la muerte, detenidos y torturados en las comisarías, locales saqueados e incendiados, bibliotecas destruidas y libros quemados, sinagogas atacadas, los detenidos eran humillados a golpes e insultos: obligados a cantar el himno nacional y si no lo sabían eran asesinados, ingresaban a sus viviendas particulares donde incluso las mujeres sin importar la edad eran violadas. Mientras el Estado también cumplía su parte: decenas de masacrados en el funeral de las víctimas de los primeros días de la huelga, en la entrada del cementerio de Chacarita (jueves 9 de enero), los enfrentamientos se generalizan en los días siguientes y tiene su pico el sábado 11 con el progrom mencionado donde los muertos se cuentan por cientos.

El enemigo interno

En el siglo XIX en el contexto de la formación del Estado Nación la disputa era estructural, la conformación de una clase dominante exigía edificar un sistema hegemónico: un conjunto de valores, símbolos, sistema de ideas que sirviesen de marco ideológico a la nueva nación y dotase de consenso al conjunto de las fracciones subordinadas. El dilema “Civilización o Barbarie” representó esa contradicción sistémica y para ello la burguesía ascendente se valió del concepto de barbarie para arrasar con toda oposición de fondo al proyecto “civilizatorio” capitalista dependiente: gauchos, caudillos, montoneras, aborígenes eran la “barbarie” lo sobrante de ese proyecto que para garantizar su implementación debían aniquilados, entonces era imprescindible construir ese enemigo interno que atentaba no contra un modelo u otra fracción sino contra la esencia la nación en ciernes: la civilización y el progreso. Por eso no ahorraron sangre de gauchos ni de aborígenes.

El capitalismo agroexportador surgido de ese proyecto de la mano de una clase propietaria con escasa voluntad y capacidad para invertir y desarrollar un modelo que generase progreso para todos, solo podía lograr el efecto de una sociedad altamente desigual. Las consecuencias de esa desigualdad se expresaron en el conflicto social entre una endeble clase obrera y una clase dirigente que blindada en sus intereses y prerrogativas atinaron a ver conspiraciones y peligros revolucionarios donde sólo había demandas de una vida más digna. De las montoneras y sus caudillos se pasó al anarquista inmigrante maximalista; éste era la nueva expresión del peligro anti nacional y por ello la reacción no podía ser sino de la forma salvaje y brutal como se procedió. Por esas paradojas de la historia, los responsables de la masacre plantearon que debía tratarse de una lección que no debía olvidarse en 50 años, pero pronto pasó al olvido ya porque luego sucedieron otras, ya porque la memoria de la clase obrera tornó hacia una identidad diferente, las luchas la transformaron y la dinámica presente – pasado marcaron nuevas perspectivas.

Lo que no cambió fue la estrategia de las clases dominantes de construir enemigos internos bajo formas “maléficas” antitéticas a los valores hegemónicos impuestos a la sociedad. Con el avance del siglo, el desarrollo industrial, los cambios sociales y culturales y los nuevos escenarios mundiales (guerra fría) el discurso apuntó a construir en primer lugar con el peronismo la noción de estamentos sociales naturales opuestos a la realidad del ascenso social que los trabajadores habían logrado en la década del cuarenta: el “descamisado”, el “cabecita negra” o peor aún el “aluvión zoológico” como denominó la sociedad “blanca” porteña a la migración interna de las provincias a Buenos Aires simbolizó ese nuevo peligro que en las décadas siguientes se mixturó con la necesidad de frenar una nueva oleada revolucionaria que incluyó esta vez a la clase media. El peligro ya no era el peronismo, sino y otra vez el socialismo. El Poder no escatimó lenguaje para estigmatizar a un oponente de verdad de mayor envergadura: “subversivo”, “terrorista”, “apátrida”, “elemento subversivo”, “fuerzas disolventes”, terrorismo internacional”, “comunismo apátrida y ateo”, el “zurdo”, etc., etc. todo tendía a construir la imagen de un personaje no humano (un monstruo) y ajeno a la sociedad pasible de ser exterminado sin mayores problemas de conciencia ni para los represores ni para el sociedad.

El Estado actualizó su doctrina y perfeccionó sus métodos: si en 1919 los “progroms”, el fusilamiento, la tortura y hasta la desaparición de personas era ya una práctica oficializada cincuenta años después, las nuevas técnicas universalizadas dieron mayor potencia destructiva física y moral. A la Liga Patriótica de la clase alta le siguió la Triple A con un perfil más lumpen y alimentado por las propias fuerzas policiales, pero también otras fuerzas políticas de extrema derecha de carácter nacionalista, conservadoras y católicas preconciliares. La masacre en la década del setenta tuvo además del consenso social, el apoyo directo y el acompañamiento de las principales instituciones de la sociedad civil comenzando por la Iglesia Católica y las cámaras empresarias de propietarios, es decir que en el país flotaba un “inconsciente colectivo” proclive a tolerar una represión abierta aunque nunca imaginada de la forma que se dio.

“Maten al piquetero” “maten a los bolivianos”

Los aires democráticos, el avance en materia de Derechos Humanos y justicia y una avanzada conciencia social de un “nunca más” parecían expresar la base de la democracia recuperada desde 1983 hasta la fecha, es decir mitad de esta década que crisis cíclica mediante y neoliberalismo en curso, puso sobre la mesa una nueva agenda social a la búsqueda de culpables de los males que afectan a la sociedad argentina.

Como un círculo nada virtuoso Argentina vuelve en forma de retroceso al modelo agroexportador; si en aquel principio de siglo la industrialización avanzaba paulatina y lentamente, ahora la desindustrialización y primarización económica avanzan a paso firme. Entonces las consecuencias no pueden ser otras que desocupación, subocupación, pauperización de los sectores populares y también medios, sobre todo estos. Los voceros del sistema hábilmente fabrican y señalan a los grandes culpables: otra vez el enemigo interno, el sujeto real o imaginario al que hay que destruir y el odio, porque al enemigo se lo odia, se dirige como siempre al eslabón más débil y por lo general el menos o nada responsable de los males: el boliviano, y detrás de él los peruanos, paraguayos, chilenos y ahora por milagro de la globalización, los senegaleses. No hay dudas: en 1919 el judío inmigrante era lo que hoy es el boliviano residente en nuestro país;  del “ruso” al “bolita” no hay más diferencia que el cambio de las corrientes migratorias, pero ambos eran y son señalados como peligros efectivos para la sociedad y la derecha, las clases dominantes con sus grandes medios de difusión nada hacen para frenar esa oleada reaccionaria y violenta que se cierne sobre el país, al contrario la alimentan. Si nos descuidamos nuevas formas de “progroms” se abalanzarán sobre ellos.

Ya no hay anarquistas, salvo pequeños grupos émulos de Los Violadores o los Sex Pistols y no de los obreros de la FORA, la izquierda aún permanece huérfana de horizontes posibles y un hipotético socialismo no aparece como una realidad posible a materializar, pero el sistema sabio en su capacidad de estigmatizar a los sectores vulnerables y desviar la atención de los problemas y causantes reales puso la mirada social en los piqueteros o movimientos de desocupados: vagos, mantenidos, subsidiados, negros, etc. son las formas de identificarlos ponerlos en el banquillo de acusados. Circula en las redes sociales frases del tipo “mis abuelos eran pobres y trabajadores pero no andaban cortando calles y rutas” algo así más o menos. La construcción de un sentido común ajeno a la conciencia social práctica y a la realidad histórica pero afín a los intereses hegemónicos se da hoy de una manera veloz y permanente gracias a las redes sociales y al poder de persuasión que mantiene la televisión. Por supuesto que tal afirmación de ese “meme” (o como se le diga) es carente de validez y de veracidad, verificable rápidamente en la conmemoración de acontecimientos como el de “semana trágica” donde las huelgas, marchas, piquetes en calles y puertas de las fábricas y del propio Taller Vasena estuvieron a la orden del día, como fue antes y sería después. Mientras un sector de la sociedad cada vez más obtuso reclama mano dura contra ellos sin entender que no solo no pugnan contra el sistema, sino que su demanda es entrar en éste pero en un contexto de derechización política y social el enemigo interno se hace más visible y corporizado, señalado con saña y morbo a los efectos de preparar el terreno frente a un posible (¿inevitable?) choque abierto. El clima social va en ese sentido.

A modo de cierre, a pesar de los centenares de obreros muertos que dejó la semana del 7 al 13 de enero de 1919, lograron sus reivindicaciones: jornada de 8 ocho horas, aumento salarial y libertad de los obreros encarcelados, entre otras.

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